Archivo | enero 18th, 2021

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Un héroe de la aviación que fue vecino de Chacras

El distrito se caracterizó por tener entre sus vecinos a grandes personalidades de la vida política, militar y cultural a nivel local y nacional. Muchos se sorprenderán al conocer que en esta tierra vivió el recordado aviador militar, el capitán Luis C. Candelaria.

Por Carlos Campana

Su gran proeza fue vencer en abril de 1918, la gran Cordillera de los Andes en un aeroplano. Este vuelo fue realizado desde la localidad neuquina de Zapala rumbo a Chile, en donde aterrizó cerca de la ciudad de Cunco. Luego de retirarse como piloto del cuerpo aéreo del Ejército Argentino, se instaló en Chacras por muchos años.

Luis Cenobio Candelaria nació en Buenos Aires el 29 de octubre de 1892. Sus padres fueron don Victorio Candelaria y Luisa Micossi. Su madre tuvo gran influencia en su formación, y en 1908 ingresó al Colegio Militar. Después de cursar en esa institución castrense egresó como subteniente en el arma de ingenieros.

Con 21 años, Candelaria se entusiasmó al conocer las denominadas “máquinas voladoras”, más conocidas como aeroplanos, que en Argentina comenzaban a ser promovidas de la mano de Newbery y otros pioneros.

Por aquel tiempo, los militares vieron el gran potencial que tenían estos aparatos y fueron insertados como un arma más en el Ejército Argentino.

Se cree que la muerte de Jorge Newbery en Mendoza el 1 de marzo de 1914, influyó en la vida del joven militar, quien un par de años después obtuvo la patente de piloto.

A principios de 1918, el juvenil aviador cumplía servicio en la base militar de El Palomar -Provincia de Buenos Aires- e inició una serie de reparaciones sobre un aeroplano de marca Morane Saulnier Parasol de 80 H.P, denominado con el nombre “Mendoza” y donado por las Damas Mendocinas, que había sufrido varios accidentes.

Con la ayuda del personal mecánico de esa unidad, la nave fue reparada y el entonces teniente Candelaria solicitó a sus superiores viajar con ese aparato a Mendoza: le negaron la posibilidad. Su verdadera intención era realizar la hazaña del cruce de los Andes en aeroplano.

Ante la negativa no se amilanó y pidió que se lo trasladara a Zapala, Neuquén, a lo que las autoridades militares accedieron. Después de un tiempo, el piloto y sus mecánicos estaban listos para emprender la aventura de traspasar el macizo andino. Hazaña que realizó solo y luego de unas horas, en un complejo aterrizaje que casi destruyó el avión. Así, Luis Candelaria se transformó en el primer argentino en ejecutar la trascendental epopeya. De regreso a Buenos Aires, a los 25 años, a este militar se lo agasajó como a un gran héroe.

Una Virgen lo acompañaba en Chacras

A fines de 1920, el capitán Candelaria pidió su retiro efectivo del cuerpo aéreo del ejército y por problemas de salud, pudo cobrar su pensión y no tuvo mejor opción que llegar a la provincia de Mendoza y establecerse en Chacras de Coria.

Aquí, el militar compró una propiedad a la familia Dalla Torre, que se ubicaba en la esquina de Pueyrredón y Viamonte. Por varios años el piloto vivió allí y se comenta que en una gran inundación -posiblemente el aluvión de 1934- encontró flotando en el agua una imagen de la Virgen. Luego de recuperarla le construyó un pedestal casi en la esquina de su vivienda. Con el tiempo, el lugar comenzó a llamarse “La esquina de la Virgen” y fue objeto de devoción por parte de los vecinos del lugar.

Durante los años que vivió en Chacras, Candelaria fue un vecino muy admirado, no sólo por su fama como piloto, sino por su agradable personalidad y principios éticos y morales. Durante largas temporadas residió en nuestra localidad, pero luego vendió su propiedad y se radicó en Misiones. De allí viajó a Tucumán, donde falleció el 23 de diciembre de 1963. Días después fue enterrado en la ciudad de Zapala, en Neuquén.

Una calle en Chacras de Coria lleva su nombre.

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La primera expulsión del Diez: Cuando Maradona jugó en Mendoza -->

La primera expulsión del Diez: Cuando Maradona jugó en Mendoza

Detrás de la primera suspensión profesional del astro, sancionado con seis fechas por la AFA el 14 de junio de 1979 en el estadio mundialista de Mendoza -inaugurado un año antes para el Mundial 78-, hay una anécdota que demuestra el amor y la idolatría que “El Diez” provocaba, aún antes de ser la gran figura de Boca, la Selección Argentina o el Napoli.

Por José Félix Suárez – Especial para Correveidile

El árbitro Rafael Jesús Bogdanowsky, en esa época uno de los mejores de la Liga Mendocina, que tenía una bien ganada fama de duro, que hacía cumplir el reglamento, galardonado tres veces con el “Silbato de Oro” y que había dirigido durante 15 temporadas en las décadas del 70 y 80, le sacó la roja a los 35 minutos del segundo tiempo .

“Cansado, harto y mortificado por los reclamos y la falta de respeto del jugador”, comentó el referí al término del amistoso que el local Gimnasia y Esgrima le ganó 3 a 1 a Argentinos Juniors. Diego entonces tenía 19 años y había debutado apenas con 15, cuando todavía  era “el cebollita” o “el pibe de Villa  Fiorito”, su barrio de la infancia.

Sobre ese incidente, el “Ruso” -como se identificaba a Bogdanowsky-, hizo silencio y no salió a contestarle a Maradona cuando en un programa de televisión el Diez se quejó  diciendo: “En Mendoza me echó un referí de segunda que dirigía en alpargatas”. También lo contó en su libro “Yo Soy El Diego”, escrito por el periodista  deportivo Daniel Arcuci y editado en 1978.

“Yo amo al Diego”

En un trabajo de mi autoría, publicado por la Revista Primera Fila en abril de 2001, el “Ruso” se refirió por primera vez a aquel episodio que lo marcó para siempre: “Tuve que expulsar a Maradona con todo el dolor del alma. Para mí no fue ningún mérito ni orgullo. Yo amo al Diego, lo adoro, es mi ídolo. Para mí fue el más grande, más que Pelé, que Beckenbauer, que Cruyff. Antes del partido me había regalado una pelota autografiada por él y todos los jugadores de Argentinos Juniors. Sinceramente esa tarde yo esperaba salir de la cancha abrazado con el Diego. Lo tuve que expulsar porque protestó todo el partido. Lo tocaban, simulaba foul y se tiraba. Reclamaba: “cobrá, mendocino,  cobrá” . Yo sólo le contestaba: “Levántese señor, por  favor, juegue”. Cuando faltaban diez minutos y su equipo perdía  3 a 1 se tiró en el área y reclamó penal. “Es penal, mendocino, cobrá el penal”. Como no le hice caso se burló y aplaudió a mis espaldas. Me corrió  toda la cancha gritando: “Penal, penal, penal”. Me di vuelta y le dije: “Hasta acá llegó, señor” y le mostré la tarjeta roja. Me dijo de todo: “Mendocino de m… te vas a hacer famoso echándome.  Seguí dirigiendo por 300 pesos que yo gano 30.000”. Me obligó  a expulsarlo, me obligó”.

La anécdota

Bogdanowsky contó también la anécdota con su hijo Pablo, que entonces tenía 7 años: “Cuando llegué  de la cancha, a las nueve de la noche, como no tenía la llave de mi casa, toqué timbre. Fue a abrir mi hijo que me recibió con lágrimas en los ojos: “¿Qué hiciste, papá, qué hiciste?”. ¿Cómo pudiste, lo echaste al Diego?”. “No te perdono, ya no te quiero más, ya no sós más mi papá”. Me dio  vuelta la cara, se encerró en su pieza y no me habló durante varios  días . Por suerte después le expliqué bien cómo había sido todo y lo entendió. Diego era el ídolo de mi hijo Pablo, que en su cuaderno de séptimo grado tenía pegada una foto suya. Yo hubiera deseado otro final, salir abrazado con Maradona, nunca expulsarlo, nunca”.

Cierro esta nota con las palabras del “Ruso”, al final de aquella entrevista: “Quisiera algún día tenerlo cerca, abrazarlo, invitarlo a tomar un café. Aquello ya pasó. Nunca fue un buen recuerdo.  Ni para él ni para mí”.

RECUADRO

En estos días que tanto se ha dicho sobre Maradona, rescato este tema que creo inédito, sobre su primera expulsión como futbolista de primera división. Fue en Mendoza en un amistoso de junio de 1979. En 2001 en un trabajo para la revista Primera Fila tuve la posibilidad de entrevistar al árbitro que le mostró la roja -Rafael Jesús Bogdanowsky (falleció hace varios años)- quien me  contó de esa dura experiencia y de la que vivió entonces con su hijo Pablo (7), que aquella noche  lo recibió llorando y le cerró la puerta en la cara cuando regresó a su casa después del partido. Esa es la anécdota. El dolor de su hijo Pablo que también fue su propio dolor, porque  él deseaba salir de la cancha abrazado con el Diego.

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