Detrás de la primera suspensión profesional del astro, sancionado con seis fechas por la AFA el 14 de junio de 1979 en el estadio mundialista de Mendoza -inaugurado un año antes para el Mundial 78-, hay una anécdota que demuestra el amor y la idolatría que “El Diez” provocaba, aún antes de ser la gran figura de Boca, la Selección Argentina o el Napoli.
Por José Félix Suárez – Especial para Correveidile
El árbitro Rafael Jesús Bogdanowsky, en esa época uno de los mejores de la Liga Mendocina, que tenía una bien ganada fama de duro, que hacía cumplir el reglamento, galardonado tres veces con el “Silbato de Oro” y que había dirigido durante 15 temporadas en las décadas del 70 y 80, le sacó la roja a los 35 minutos del segundo tiempo .
“Cansado, harto y mortificado por los reclamos y la falta de respeto del jugador”, comentó el referí al término del amistoso que el local Gimnasia y Esgrima le ganó 3 a 1 a Argentinos Juniors. Diego entonces tenía 19 años y había debutado apenas con 15, cuando todavía era “el cebollita” o “el pibe de Villa Fiorito”, su barrio de la infancia.
Sobre ese incidente, el “Ruso” -como se identificaba a Bogdanowsky-, hizo silencio y no salió a contestarle a Maradona cuando en un programa de televisión el Diez se quejó diciendo: “En Mendoza me echó un referí de segunda que dirigía en alpargatas”. También lo contó en su libro “Yo Soy El Diego”, escrito por el periodista deportivo Daniel Arcuci y editado en 1978.
“Yo amo al Diego”
En un trabajo de mi autoría, publicado por la Revista Primera Fila en abril de 2001, el “Ruso” se refirió por primera vez a aquel episodio que lo marcó para siempre: “Tuve que expulsar a Maradona con todo el dolor del alma. Para mí no fue ningún mérito ni orgullo. Yo amo al Diego, lo adoro, es mi ídolo. Para mí fue el más grande, más que Pelé, que Beckenbauer, que Cruyff. Antes del partido me había regalado una pelota autografiada por él y todos los jugadores de Argentinos Juniors. Sinceramente esa tarde yo esperaba salir de la cancha abrazado con el Diego. Lo tuve que expulsar porque protestó todo el partido. Lo tocaban, simulaba foul y se tiraba. Reclamaba: “cobrá, mendocino, cobrá” . Yo sólo le contestaba: “Levántese señor, por favor, juegue”. Cuando faltaban diez minutos y su equipo perdía 3 a 1 se tiró en el área y reclamó penal. “Es penal, mendocino, cobrá el penal”. Como no le hice caso se burló y aplaudió a mis espaldas. Me corrió toda la cancha gritando: “Penal, penal, penal”. Me di vuelta y le dije: “Hasta acá llegó, señor” y le mostré la tarjeta roja. Me dijo de todo: “Mendocino de m… te vas a hacer famoso echándome. Seguí dirigiendo por 300 pesos que yo gano 30.000”. Me obligó a expulsarlo, me obligó”.
La anécdota
Bogdanowsky contó también la anécdota con su hijo Pablo, que entonces tenía 7 años: “Cuando llegué de la cancha, a las nueve de la noche, como no tenía la llave de mi casa, toqué timbre. Fue a abrir mi hijo que me recibió con lágrimas en los ojos: “¿Qué hiciste, papá, qué hiciste?”. ¿Cómo pudiste, lo echaste al Diego?”. “No te perdono, ya no te quiero más, ya no sós más mi papá”. Me dio vuelta la cara, se encerró en su pieza y no me habló durante varios días . Por suerte después le expliqué bien cómo había sido todo y lo entendió. Diego era el ídolo de mi hijo Pablo, que en su cuaderno de séptimo grado tenía pegada una foto suya. Yo hubiera deseado otro final, salir abrazado con Maradona, nunca expulsarlo, nunca”.
Cierro esta nota con las palabras del “Ruso”, al final de aquella entrevista: “Quisiera algún día tenerlo cerca, abrazarlo, invitarlo a tomar un café. Aquello ya pasó. Nunca fue un buen recuerdo. Ni para él ni para mí”.
RECUADRO
En estos días que tanto se ha dicho sobre Maradona, rescato este tema que creo inédito, sobre su primera expulsión como futbolista de primera división. Fue en Mendoza en un amistoso de junio de 1979. En 2001 en un trabajo para la revista Primera Fila tuve la posibilidad de entrevistar al árbitro que le mostró la roja -Rafael Jesús Bogdanowsky (falleció hace varios años)- quien me contó de esa dura experiencia y de la que vivió entonces con su hijo Pablo (7), que aquella noche lo recibió llorando y le cerró la puerta en la cara cuando regresó a su casa después del partido. Esa es la anécdota. El dolor de su hijo Pablo que también fue su propio dolor, porque él deseaba salir de la cancha abrazado con el Diego.