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Silvano Savoy: Sueños largos de un humanista del Chacras del ayer

Carpintero de oficio y gestor nato, sus acciones en busca del bien común son dignas de este pequeño homenaje. Un hombre sencillo con anhelos compartidos.

Por Onelia Cobos

Hoy adulto mayor, tiene 87 años, se ha retirado a Las Compuertas a vivir en una pequeña y bella cabaña de madera y piedra que mira a la montaña. La deja entrar por la ventana para no tener que desplazarse hasta ella. Creo que siempre la montaña lo ayudó a meditar.

Lo visito con mi hija y mi nieta, para marcar el contraste de cuatro generaciones.

Vamos a recordar juntos y al hacerlo, habrá un intento de conocer, escuchar y dejar escrito un modelo paradigmático de vecino ajeno a los tiempos nuevos, que supo y pudo soñar en grande para Chacras de Coria.

La primera memoria viva enmarca a las instituciones que respondían a las necesidades del pueblo. Su optimismo a ultranza en la educación lo refleja cuando cita: “Cada escuela que se abre es una cárcel que se cierra”.

Y una a una se desgranan las acciones sociales de su participación en la Unión Vecinal durante años, en la creación de la escuela primaria nocturna y la secundaria que Chacras no tenía, en sus múltiples gestiones de apoyo en la construcción de la destruida Escuela Marchionatto después del terremoto de 1985.

La red de gas queda como otra maratónica obra de esfuerzo colectivo liderada por él. Silvano entendió el inevitable progreso como avance, como mejora, lamentando el desorden territorial en el que éste se produjo.

La belleza del lugar lo sedujo sin que dejar de destacar que lo mejor que tuvo el pasado fue la gente.

Savoy llegó a Chacras con dos años. Su primera casa estuvo al lado de lo que hoy es el restaurante Fundiola, y se cuela en la memoria la donación del predio que hizo su abuela en la calle Aguinaga.

Fue a la Escuela Teresa O’Connor y aún recuerda a su maestra de tercer grado que le regaló un par de medias porque él no tenía.

Y aún evoca a Coco Cabanillas como su mejor compañero, tío de Alberto, y a la maestra que selló su personalidad: Laura Fernández.

El primer día de clase apareció como un total fracaso de llanto y miedo superado muy pronto y el fútbol la diversión más disfrutada. Y enfatiza en que lo abandonó cuando dejó de ser diversión y se contaminó de intereses ajenos y competencia.

Nuestra adolescencia creció en total admiración hacia su entrega y servicio social. Sin saberlo, tal vez aprendimos a soñar y a creer por su empeño en todo lo que él hizo posible.

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