Puesto a ordenar mis cosas del escritorio encontré viejos papeles garabateados con lápiz (con un portaminas que me regalaron mis alumnos en 1981 y es con el que aún escribo) y entraste mágicamente a mi biblioteca. No te podía abrazar ni verte sonreír a mi lado, pero estabas aquí junto a mis libros, mis papeles y mis lechuzas que siempre miran atentas lo que hago.
Nuestra mente y nuestra alma son grandes misterios. El cuerpo es más predecible, para bien o para mal.
Tal vez no hemos aprendido lo suficiente para esquivar los padeceres. No los corporales sino no los que están entre el pecho y la espalda.
Seguramente fuimos convencidos de seguir un determinado rumbo hacia el bienestar y la felicidad y hacia allí nos encaminamos con más o menos tropiezos.
Luego de andar parte de ese trayecto cavilamos sobre los pasos andados… Cuántos aciertos y cuántos tropiezos…
Sin embargo podemos ir descubriendo algunos atajos, no planificados, para que este caminar la vida sea el que no habíamos previsto.
Toda rutina es engañosa aunque cómoda y fácil de cumplir. Es una ruta muy prevista que siempre nos conduce al mismo sitio. Esta rutina, inexorablemente, nos quiere dejar conformes, hacernos creer que vamos por el único camino que se puede. Y la mente se afloja y se afloja el alma y allá vamos… porque creemos o necesitamos tener la certeza de nuestro destino.
En realidad me estoy yendo por las ramas. Quería compartir algo garabateado hace poco más de 10 años y que apareció quién sabe por qué… Ahí va
Ciertamente la vida sigue siendo un milagro cotidiano
Nos deleita, nos sorprende, nos inquieta.
Y lenta e inexorablemente nos lleva a la muerte
Piadosa o no. Querible o temida.
Por eso sería bueno poder quedarse al sol, tibio
Con los ojos entreabiertos, casi en silencio.
Sería bueno que siempre nos cobijaran caricias del ser amado.
Bueno sería que sólo nos miraran con ojos blandos
Y que nos perdonaran las torpezas del alma
Y que no nos reclamen coherencias, ni líneas rectas ni nos emplacen.
Sonreírse mansamente…
Haciendo de cuenta de que todo lo comprendemos
Y así nada puede dañarnos
Y tener siempre un cachito de pan
Para las visitas y los vecinos.
De vez en cuando sacar los corchos
Que nos alejan del merecido sosiego
Y compartir la sed, el vaso y los secretos.
Luego despertar hundido en la blandura de los senos amados
Con todos los minutos del alba por delante
Sin rutinas ni deseos incumplidos
Y que nos recuerden con liviana ternura, casi sin querer.
Y seguir teniendo dos manos y un corazón para poder entregar…
Anita, te quiero mucho.
El flaco Gabriel