Agua. Entre todos podemos
En el ecosistema terrestre existe una gran cantidad de agua. El 99% se encuentra en los mares y océanos, es decir que tan sólo el 1% restante es agua dulce y potencialmente apta para el consumo humano. Aquí es en donde toman importancia las cantidades de agua dulce en lagos y ríos, ya que en ellos reside el mantenimiento de la vida terrestre, lo que abarca también la supervivencia del ser humano. Al tratarse de un sistema complejo, en el que uno depende del otro, es necesario entender la actividad física, química y biológica de los mares, ríos, arroyos y lagunas, que luego incidirán en el ecosistema terrestre. Esto lleva a preguntarse ¿por qué es necesario atender las necesidades de los ecosistemas acuáticos?
Un río nace con una característica química propia, determinada por la geoquímica de la región. La pendiente y la velocidad de corriente determinan la oxigenación del curso de agua. La presencia/ausencia de vegetación litoral, el tipo de sustrato, ancho, profundidad, precipitaciones y flujos de caudal son determinantes para la colonización de organismos adaptados a ese ecosistema. Todas estas variables son las que determinan el tipo y calidad de agua. Entre los organismos que habitan el agua existen tanto especies vegetales como animales, microscópicas y macroscópicas. La presencia de estas especies y su densidad son una respuesta directa a las condiciones ambientales, por lo que se identifican especies sensibles, tolerantes y muy tolerantes. El análisis cualitativo y cuantitativo de las comunidades en los ecosistemas acuáticos, permite contar con una herramienta eficaz para el diagnóstico de calidad de agua.
Uno de los procesos más importantes que se da en los sistemas hídricos, es el estado trófico. El mismo consiste en la cantidad de nutrientes presentes en el ambiente. Al igual que para las plantas, en los ecosistemas terrestres, los nutrientes están compuestos principalmente por nitrógeno y fósforo los que, junto con dióxido de carbono y luz solar permiten la producción primaria. Los nutrientes se encuentran en distintas concentraciones en los ambientes naturales. En general se ve incrementada su concentración por el aporte externo (no naturales al ecosistema) de actividades antrópicas como cultivos (fertilizantes, materia orgánica), desagües cloacales, ganadería.
Bajas concentraciones de nutrientes determinan un estado oligotrófico, por ejemplo el Dique Potrerillos, con aguas claras, bien oxigenadas, colonizadas por especies sensibles y buena calidad para consumo humano. Con incremento de nutrientes, el proceso puede identificarse como mesotrófico, eutrófico e hipereutrófico. Como ejemplos pueden mencionarse el Dique San Roque (Córdoba), ríos La Matanza y Riachuelo ( Buenos Aires). Estos ambientes presentan aguas de baja oxigenación, y se encuentran colonizados por especies de algas Tolerantes o Muy Tolerantes; algunas tóxicas, que pueden liberar sustancias que producen mal olor, color y sabor potencialmente perjudiciales para la salud humana -trastornos gastrointestinales y hepáticos-.
El crecimiento de la población y la utilización del agua dulce en forma exponencial, son componentes indispensables para el análisis de los recursos de aguas continentales. Además de esto último, en nuestra región, se ha sumado a la gestión y distribución del recurso hídrico, la disminución de caudal debido a las bajas precipitaciones nivales y el deshielo acelerado de las reservas de agua en Cordillera.
Aunque la demanda hídrica no crezca -consumo humano, agricultura, industria, nuevos barrios-, hay menos agua. Los bajos caudales pueden disminuir la capacidad inmunológica de los ecosistemas acuáticos debido a la menor velocidad de corriente y menor oxigenación. Un aporte de sustancias antrópicas puede inducir a contaminación con cambios en el estado trófico, desaparición o extinción de especies sensibles, menor diversidad biológica, lo que resultaría en menor calidad de agua.
Trabajos de investigación y monitoreos permanentes realizados en las Cuencas Hídricas de Mendoza no han determinado presencia de especies tóxicas. Además, debido al efecto de pendiente, nuestros ríos cuentan con alta oxigenación, lo que beneficia la autodepuración de las aguas. Sumado a esto, la conciencia de las Instituciones gubernamentales, que desde hace décadas llevan a cabo el control y monitoreo de la calidad del agua, hace que se pueda contar con un agua de excelente calidad. Esto nos transforma en una sociedad privilegiada, lo que se sintetiza en que podemos consumir el recurso sin preocupación para la salud.
Crisis hídrica
Mendoza se encuentra actualmente en crisis hídrica, pero no quiere decir que la calidad haya disminuido, sino que se redujo significativamente el volumen de agua de los ríos y embalses. Esto incide directamente en la disminución de calidad de vida de los habitantes de la provincia.
Como individuos, es necesario comprender que el ser humano es parte del ecosistema y no dueño del mismo, por lo que se debe encontrar el equilibrio para no dañarlo. Entender que la administración y cuidado del recurso no sólo es responsabilidad de los organismos de Gobierno, sino de todos los usuarios, induce a la concientización del uso del recurso en la cotidianeidad del hogar. Son simples acciones las que se pueden aprehender para hacer propio un hábito, por ejemplo: no usar la manguera de 8 a 22hs, tomar baños cortos, no dejar canillas innecesariamente abiertas; si hay piscina en casa asesorarse sobre el cuidado y conservación.
Es necesario reflexionar sobre el paisaje actual, en la calidad de vida que se desea obtener tanto para quienes hoy habitan una región, como para los que la ocuparán en el futuro ya que estos necesitarán que las generaciones pasadas dejen un ecosistema amigable y sustentable para la vida.
Por último, tener en cuenta que las aguas dulces constituyen un recurso finito, no sólo por la disminución en cantidad, sino también por su calidad. Los fundamentos técnicos y científicos afirman que en Mendoza somos privilegiados: todavía tenemos agua y de excelente calidad.