Lecturas de verano: Heladería, por Nicolás Sosa Baccarelli

-¿De qué lo vas a querer?- me pregunta la vendedora, detrás del mostrador de la heladería.

Y es cuando yo me paralizo. Subo despacito la mirada, y veo un cartel enorme, luminoso,  con 147 sabores, y empiezo a sufrir por lo que va a pasar  (porque ya sé lo que va a pasar). Y me acuerdo de mi infancia, cuando comíamos candy y solamente había que elegir entre crema y chocolate, o bien pedir ambos, y ahí se terminaba el asunto. Y salíamos por calle Lavalle, con mi hermana, felices, chochos, rebosándonos el helado por la ropa, muertos de felicidad. Y me acuerdo cuando comprábamos en lo del Guri Salgado y yo ya tenía esas pequeñas supersticiones que construyen los niños para hacer su vida más llevadera, y sentado sobre el borde del mostrador decía “dulce de leche y naranja”, sin dudar ni un segundo. Y otra vez estoy ahí, sin decidirme, y la vendedora mirándome, con esa cara, con esa sonrisa de vendedora, desdibujándose.  “¿Por qué a mí?”, pienso. (¿Por qué no agarra una cuchara, la hunde en un balde y me sirve de una buena vez un helado –cualquiera- sin sonreír tanto, y sin hacer estas preguntas?) Y giro hacia atrás y veo tres niños, dos matrimonios, un grupo de amigos, unas parejitas… todos con un papelito en la mano, esperando que yo tome esta decisión. Y yo quiero ser educado y sufro por lo que va a pasar porque ya está pasando.  Y yo ya no tengo ganas de tomar helado, simplemente quiero salir de ahí. Y digo lo primero que se me ocurre, que siempre es “Chocolate”,  entonces la vendedora con cara de vendedora se ensaña conmigo y pregunta “¿Cuál?” y mira el cartelote donde se lee chocolate con dulce de leche, con pedacitos de chocolate, con maní, con almendras, con nueces, con pasas de uva… y diez chocolates más. Y ahí es cuando me acuerdo por qué me gusta más el café, esos recintos donde uno se sienta, mira al mozo y levanta la mano dejando ver su índice y su pulgar paralelos y en dos minutos aparece el hombre con un café, sin hacer ninguna pregunta, sin sonreír con cara de vendedor, sin someterme a ningún escarnio. Pero estoy en la heladería,

estoy en la endemoniada heladería,

y toda la gente está esperándome.

Y yo ahí… sin tomar la decisión.

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