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Benito, por Luis Jait

Desde siempre se sabe que en el camino espera La Magia.

Desde el niño que iba al mercado con su vaca, hasta las historias que tiene cada familia de los que alguna vez se decidieron y se pusieron en marcha. La Magia, siempre espera en una vuelta del camino.

A veces, nosotros somos el camino y La Magia llega.

Benito es un perro del tamaño y color de un labrador, con cara de perdiguero.  Se llama así, Benito, porque un día apareció en la calle donde vivo, Benito de San Martín, con mucha hambre y muy, muy cansado.

Ahí mismo fue adoptado por los vecinos, uno le traía huesos de pecho, otro un paquete de alimento y el resto de la olla del almuerzo.

Es lindo, ladra poco, se instala en la calle atento a los autos y elige a cual acompañar.

Decidió, a pesar de varios ofrecimientos, tomar mi casa como la suya y a mi como su amo.

Quizás fue argumento definitivo que mi casa no tiene cerco, por lo cual Benito va y viene a su gusto y necesidad.

Cada tanto desaparece, cada tanto aparece con bolsas de residuos, pero casi siempre, cuando desayuno debajo de mi bosquecito de abedules, se acerca silencioso y coloca su cara en el apoyabrazos de mi sillón esperando su caricia.

Yo le pregunto, con poca expectativa de entender su respuesta, por dónde anduvo esta noche, cuál es la historia que lo trajo aquí y, admito, si tiene planes de seguir su camino.

Benito me mira, un poco aburrido de mis reclamos de historias y proyectos, se aleja un poco, se recuesta, siempre atento y vigilante, y espera que yo le tire su tostada de todas las mañanas.

Luego, se va y siempre me deja esa sensación, agridulce, de saberlo un caminador de por ahí y la duda de saber si esta vez volverá.

Será que así es La Magia, un cruzarse de caminos, sin saber demasiado del antes y menos que menos del después.

Luis Jait

Ilustración de Pablo Pavezka.

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