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Anecdotario breve de un médico rural

José Enrique Marianetti nos adentra en uno de sus relatos.

Vienen en mi búsqueda de tardecita, transcurriendo un invierno  muy  frío un par de hombres  maduros. Mientras pasan les pregunto a qué se debe su visita.

“Nuestra mamá ya está muy viejita. La tenemos en cama ya hace varios días y está muy quieta, no abre los ojos ni habla nada”.

Como cierre, al llegar al domicilio, un ambiente de solemnidad me rodea. Algunos están rezando alrededor del lecho, los más allegados. En el comedor, en penumbras, murmuran: “Llegó el Doctor, que Dios lo ilumine”.

Daba la impresión de que la gente la estaba despidiendo, o ya  la daban por muerta.

Al acercarme a la cama, noto de inmediato que se trataba de una vieja campesina y por su atuendo tan familiar para mí, me di cuenta de su origen italiano.

Pregunto quedamente de qué parte de Italia era la señora y me dicen que era originaria de los Abruzos. Un  gran pañuelo sobre su cabeza disipó mis dudas. Retiro suavemente las cobijas, levantando delicadamente su camisón para comenzar a examinarla y poso mi helada mano sobre su abdomen. Con un rápido reflejo, la ancianita exclamó: ¡Per la Madonna! (Por la Virgen), acusando así haber recibido el frío impacto.

“¡Mirácolo, mirácolo!”  gritaban los más viejos y otros se preguntaban “¿Revivió?”.

Mientras seguía el revuelo, me incliné sobre su oído derecho y en dialecto abrucés un tanto alterado por la falta de práctica, deslicé esta frase: “Nonna, necesito que se mejore para que me amase con sus manos una pagnotta all´uso nostro” (Se trata de un pan casero grande que antes de meterlo al horno  se lo bendice trazando sobre su comba una gran cruz con el cuchillo de cocina).

Salida de su sopor sorpresivamente, incluso para mí, abrió sus párpados, sus ojos azules me miraron, me tomó la mano y dijo: “Grazie dottore, che Dío ti benedica” (Gracias doctor, que Dios te bendiga).

Nunca supe el diagnóstico que pudo haberla mantenido en ese estado de sopor.

Ahora, después de haber vivido muchos años, creo entender ese profundo silencio.

¿Añoranzas, recuerdos imborrables, conciencia de la propia soledad, de no ser escuchado, de percibir certeramente que ya se está de más?  ¿De la serena espera de la muerte?

A la semana siguiente recibí mi pedido: “¡Esto se lo manda la nonna, Doctor, gracias!”. El ejercicio exitoso de la Medicina depende más de la propia sensibilidad que de la sapiencia.

José  Enrique Marianetti

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