Categoría | Cultura

El fogón: Palabras, expresiones y refranes muy nuestros

Por Nicolás Sosa Baccarelli

BAQUEANO

El diccionario de la RAE define esta expresión como “Experto, cursado. Práctico de los caminos, trochas y atajos. Guía para poder transitar por ellos”. Sarmiento en “Facundo…”  clasifica a los gauchos en cuatro tipos: el baqueano, el rastreador, el cantor y el gaucho malo. Al baqueano, lo califica de “personaje eminente, y que tiene en sus manos la suerte de los particulares y de las provincias”. Así lo describe: “El Baqueano es un gaucho grave y reservado que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña… Modesto y reservado como una tapia…  encuentra una sendita que hace cruz con el camino que lleva: él sabe a qué aguada remota conduce: si encuentra mil, y esto sucede en un espacio de mil leguas, él las conoce todas, sabe de dónde vienen y adónde van…”

En este pasaje Sarmiento consagra en nuestra literatura esa clásica exageración con olorcito a leyenda, según la cual “el general Rosas, dicen, conoce por el gusto, el pasto de cada estancia del sud de Buenos Aires”.

El viajero francés Xavier Marmier señala que “en el conocimiento del terreno, en la agudeza del oído y de la visión, hay una similitud que sorprende entre el camellero árabe, el cazador de los Alpes, el pastor nómade de Laponia, el trampero del Oeste en América del Norte, y el baqueano de la América del Sur”.

Escribía Lucio Mansilla: “el baqueano  anuncia también la proximidad del enemigo; esto es diez leguas y el rumbo por donde se acercan… Casi siempre es infalible. Si los cóndores y cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si hay gente escondida o es un campamento recién abandonado o un simple animal muerto”.

Muchos son los nombres que encarnaron este oficio y que viven en la memoria de los argentinos. Algunos sirvieron en los ejércitos de la Independencia. Por su colorido recordamos a José Luis Molina, capataz de la estancia de Francisco Ramos Mejía. Se cuenta que cuando el gobernador bonaerense Martín Rodríguez detuvo a su patrón y se desembarazó de muchos de los indios que residían en esa conocida estancia, Molina escapó a las tolderías y llegó a liderar cierta población indígena. En abril de 1821, al frente de un malón de 1500 hombres a punta de lanza, asaltó y destruyó al por entonces incipiente poblado de Dolores. Luego de escapar, fue acusado de traición por los indios, por lo que solicitó (y obtuvo) protección en los cuarteles. Llegó a ser capitán de baqueanos en las expediciones de 1826 y 1827 del coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana. Años más tarde se puso a las órdenes de Juan Manuel de Rosas.

Sentenció el viajero español Ciro Bayo: “si el baqueano es la brújula de la pampa, el rastreador es el sabueso”. A éste último nos dedicaremos en nuestro próximo encuentro.

1 Comentar este artculo

  1. Laura G Podetti Dijo:

    Excelente nota, explica lo sustancial sobre este tema, que como tantos otros de nuestra tradición, la escuela actual descuida. Un conocida publicista sanluiseña explicaba como el indígena hacía conocer a sus hijos pequeños la huella de un animal. La hacía en el suelo con los dedos. Conocí en mi infancia a un baqueano, Don Ramón, curaba también a los caballos. Mi hermano Humberto me asegura que una vez vio como le hablaba en la oreja a uno de ellos, los bichos que le infectaban la herida cayeron. Creer o….

Deje su comentario