El pasado 16 de mayo Modesto Nuñez cumplió 95 años. Nacido en la Ciudad de Mendoza en 1920, único hijo de una ama de casa -María Erminia Núñez-, cuando su tía materna enfermó, el niño y las dos mujeres partieron con destino a Chacras de Coria, vendieron la casa de calle España y San Lorenzo y se instalaron en el terreno donde aún reside, frente a la Plazoleta Carlos Levy.
Por Andrea Calderón
Alumno de la Escuela Teresa O´Connor, la vida lo llevó a dejar los estudios y a contribuir muy pronto con la economía familiar. “Desde chico trabajé en el aserradero de los Elaskar, donde aprendí a clavar cajones de fruta y el oficio de carpintero”, recuerda sentado a la mesa que comparte con su hija, su yerno y de vez en cuando sus nietos y bisnietos. “Después, cuando compraron la bodega continué trabajando con ellos en el prensado del mosto”, agrega en referencia a la familia que lo empleó durante décadas.
Si bien a los 60 años se jubiló, Modesto continuó desempeñándose como sereno de la estación de servicio del pueblo, entonces a cargo de Ramón Stella, y fue también mozo los domingos al mediodía del restaurante del Automóvil Club Argentino. “Era muy lindo Chacras en aquellos tiempos, no habían casi vehículos por entonces. Solíamos reunirnos entre amigos a jugar al truco y también íbamos al Club Chacras de Coria. Jamás pensé en irme de aquí”, comparte acompañado de su hija, que le recuerda algún que otro fragmento de su provechosa y larga vida.
A su mujer también la conoció en el pueblo. Fue durante un baile en el antiguo Cine Mitre. Tres años más tarde se casaron y compartieron noches inolvidables de retreta en la Plaza. Los viernes, las celebraciones se extendían hasta las dos de la mañana y la música corría por cuenta de una de las hermanas Lucero. “Yo esperaba ansioso estos festejos a los que había que ir bien vestido; los hombres no podíamos bailar si no estábamos de traje”, comenta.
Cuando el Club Chacras de Coria ascendió a primera división y la cancha de fútbol era entonces un potrero, los vecinos se organizaron para acondicionar el espacio en treinta días. Así fue como Modesto asumió su compromiso y luego de largas jornadas laborales se dispuso a trabajar por el amor a la camiseta. “Las mujeres cebaban mate y ayudaban con la mezcla. Esa cancha fue mérito de los vecinos”, rescata. Padre, abuelo de seis nietos y bisabuelo de otros cinco más uno del corazón, Modesto recuerda también los picnics en la zona de La Agüita, donde los pocos pobladores que había por entonces se juntaban a comer empanadas y asados.
Durante su cumpleaños número 95, Modesto Nuñez junto a su hija, sus nietos y sus bisnietos.
Nuñez fue también el segundo presidente que tuvo la Unión Vecinal Chacras de Coria. “Trabajamos por el bien del pueblo”, asegura. Es que desde la asociación levantaron durante su participación la Plazoleta Levy, consiguieron la llegada de agua corriente desde la estación de servicio hasta la zona donde reside y también buena parte del alumbrado público. “Además mi papá iba a cobrar las cuotas de los vecinos, gestionó reuniones para sumar fondos, realizó cenas en la calle y también trámites en la Municipalidad”, rescata su hija Mónica, quien también fuera alumna de la Teresa O´Connor además de fiel acompañante de su padre los domingos a la cancha.
El caso de Fernando López
El 11 de mayo de 1930 llegó al mundo Fernando López, otro de los habitantes más antiguos del pueblo. En el denominado Barrio Chino creció este hombre que también desde niño experimentó el sacrificio del trabajo, contribuyendo primero a levantar junto a su padre la casa de adobe en la que vivieron toda la vida y donde aún reside, “cuando Chacras era todo viña”, y más tarde haciendo tareas vinculadas a la construcción para ganarse el sustento. “Compramos dos lotes por cincuenta pesos”, recuerda quien tuviera siete hermanos, que de niño creció viendo liebres, zorros y cabras que, libres, circulaban por el pueblo. “Chacras era muy tranquilo; el agua pasaba por la acequia y no había ni luz ni asfalto”, rememora. “Fui un burro de primera”, dice el también alumno de la Escuela Teresa O´Connor, trabajador de la construcción, vendedor de una mercería ambulante, verdulero y casado con una chilena con quien comparte sus días. Si algo también recuerda Fernando son las noches de baile en la Plaza, donde el pueblo ardía en fiesta.