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Juan Gelman: el enalmado poeta que munda y amora

Desafiante, fresca y comprometida, la poesía de Juan Gelman no tiene fronteras. (Nota publicada en noviembre de 2012)

Nuestro columnista estuvo con el célebre escritor argentino en México, en un momento glorioso de su carrera. Cómo es el poeta que mereció el Premio Cervantes, una de las plumas contemporáneas más celebradas de habla hispana.

Por Nicolás Sosa Bacarelli

Desde México

  1. I. El dulce estallido
P

romedia el domingo. La explanada del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México aloja carpas blancas, carteles, banderas, y –a estas horas de la mañana- todavía pocos manifestantes. Distribuyen panfletos, caminan y formulan sus denuncias: fraude electoral, compra de votos, comunidades distantes sin servicios públicos, muertos, muertos, muertos…

Hay un olor a tamales, a maíz tostado y a smog por todas las veredas. Las librerías antiguas que ocupan dos o tres inmuebles envuelven palacetes, casas nobles, edificios de gobierno. Y todo, todo, con y sobre piedras que un día fueron el orgullo azteca.

La mañana ha nacido fresca y limpia, y poco a poco el calor comienza a conquistar las calles del centro histórico del DF. Muchos somos los que ingresamos al Palacio y muchos los que omitimos majestuosas salas donde cuelgan “los fundamentales” del arte mexicano, para ganarnos un lugar en el auditorio Manuel M. Ponce. Hoy venimos a otra cosa.

Ha flotado un hilo de humo entre la gente y un hombre de negro ha caminado erguido pese a sus ochenta y dos años, con una insinuación de sonrisa bajo el bigote y un aire de orilla que le crece desde el talón hasta la oreja.

El hombre “es” Premio Cervantes –aseguran escrupulosas biografías- pero te saluda, sin conocerte, con un guiño y un apretón de manos como saluda un amigo a otro en una esquinita del barrio. El hombre integra las antologías de los más prestigiosos versos contemporáneos de habla hispana –cuentan los eruditos- pero te da una palmada en la espalda mientras te cede el paso en el umbral de una puerta, haciendo un malabar gracioso con un cigarrillo y un vaso de vino en las manos. El hombre guarda la palabra justa, escasa -porque justa-. La palabra nueva, cuando hay que inventarla -porque a veces es preciso-. La palabra breve que resbala por una voz aterciopelada de tanto humear, y golpea seca en mis oídos como pasos sobre una alfombra.

Así es Juan Gelman. Así sigue siendo en México, SU casa. Así con sus años y  sus tantos recuerdos apilados, que desteje sin esfuerzos cuando escucha que venimos de Mendoza. Ha nombrado a Paco Urondo, ha recordado a Benito Marianetti, a Ángel Bustelo. “Cómo no recordar…” dice con un brillo en los ojos.

El oro para el mexargen

México ha hecho de su refugio un hogar, y del exilio una sombra del pasado. Alguien le ha dicho, en el transcurso de la reunión, que es un “argenmex”, así se bautizaron los miles de argentinos que se radicaron en México. Gelman lo corrige con precaución,  “en realidad yo soy mexargen”, aclara y gana una ovación.

“Estuve exiliado en otros países, sobre todo en Europa y una breve estadía en Nicaragua, pero el primer día que pisé México, en 1961, hace exactamente medio siglo y un año, quedé absolutamente fascinado; fue como un estallido dulce dentro de mí, y hace veinticuatro años decidí quedarme para siempre aquí, sostenido por mi amor a este gran país y por el amor a una mujer, mi mujer.” Mara sonríe y escucha, con un gesto de satisfacción que sólo va a mudar cuando uno de los disertantes decide detenerse, en este momento de homenaje y con especial énfasis, en la tortura y muerte del hijo del poeta. Luego todo vuelve a su cauce.  Me pregunta si fumo “delicados”, le respondo que no, pero conseguimos uno y sale a saborearlo.

“Acá estoy rodeado de mi familia mexicana, y del calor amistoso de poetas mexicanos del alma, y eso también es una patria. Yo nunca me iría de México”, puntualiza Gelman.

El Instituto Nacional de  Bellas Artes entregó, en esta reunión, su máxima distinción al poeta argentino, en reconocimiento de su valiosa y vasta obra. Así pasó Gelman a formar parte de los condecorados con la Medalla de Oro de Bellas Artes, con la que México distingue a las grandes figuras del arte.

El poeta agradeció con evidente emoción, por las características del premio y por ver en él “otro de los tantos actos de generosidad que México ha tenido para conmigo, y con los miles de refugiados de distintos países”.

En la reunión estuvieron presentes los poetas, escritores y editores Luis Chumacero, Hugo Gutiérrez Vega, Marco Antonio Campos, Francisco Magaña y José Ángel Leyva. Se refirieron a la obra del homenajeado y algunos capítulos de su vida.

Luego quedó sólo su voz.  Los poemas Paz, Restaurantes y Tiempos, de Juan Gelman, leídos por él mismo.

II. La versos del pibe Taquito

Juan nació en 1930, en Canning al 300, esa calle que hoy tolera cartelitos viales empeñados en llamarla Scalabrini Ortiz… (pero los viejos y las solteronas ancianas se resisten y le siguen llamando Canning) Barrio de Villa Crespo, barrio de don Osvaldo Pugliese y de Marechal. Allí lo bautizaron “el Pibe Taquito”, por su predilección a hacer los goles con el talón, en alguno de esos potreros donde incubaba su pasión por Atlanta, ese equipo que él sigue “aunque gane”.

Trabajó en una fábrica de muebles, en una casa de repuestos de automóviles, fue camionero, y luego ingresó al periodismo.

En 1956 publicó su primer volumen de poesía: “Violín y otras cuestiones”, prologada por Raúl González Tuñón, y elogiada por la crítica del momento. Después vino una larga lista de títulos entre los que podemos recordar “El juego en que andamos”(1959), “Gotán” (1962), “País que fue será”(2004), hasta el más cercano “El emperrado corazón amora”(2011), sólo por nombrar algunos.

Se exilió durante la década del 70, en varias ciudades. La dictadura militar argentina secuestró a sus dos hijos y a su nuera embarazada de siete meses. Ella y su hijo varón desaparecieron, junto a su nieta nacida en cautiverio. Dos décadas más tarde y después de una ardua búsqueda encontró a su nieta en el Uruguay.

Ha sido celebrado con numerosas distinciones tales como el Premio Cervantes (2007), el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2000), y los premios iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2005) y Reina Sofía (2005).

Gran poeta o “poeta grande” -como prefiere él, “porque ya tengo ochenta y dos años”-, lo cierto es que está considerado uno de las voces contemporáneas más importantes de habla hispana.

Fiel exponente de una poesía argentina renovada que se despliega a partir de la segunda mitad del siglo XX, la obra de Gelman extiende su influencia a lo largo y ancho de las letras con máximo vigor. Su poesía es ante todo una constante provocación de la lengua,  un repertorio de nuevas formas de expresión donde lo conocido se hace nuevo y donde reina una obstinada búsqueda de un lenguaje fresco y trascendente, pero poblado de elementos coloquiales, revalorizados.

Su inconformismo permanente, ha hecho que Gelman se haga de sus gramáticas propias, de esas reglas suyas donde se lee una prisa por desembarazarse de la modorra de la palabra  frecuente y estática.

Se trata de una poesía que rescató, asimismo, algunos valores poéticos del tango y su universo, algunas evocaciones urbanas sin espacio para los lugares comunes que su mirada desbarata. Gelman desarrolló desde un principio una estética que creció desvelada por sus preocupaciones políticas y sociales.

Ha construido una poesía punzante, sin tabúes, signada por sus componentes lúdicos, su humor corrosivo, sus enumeraciones alocadas, por parodias de otros registros, por las acrobacias de un lenguaje con las que construye el suyo, y las pausas en las que llegan a escucharse sus  respiraciones.

Ha inventado esos gelmanismos donde los “enamores” y los “desgarrones” pueden “enalmarse”, “amorarse” y “mundar”, campantes y felices.

Así parece que Juan Gelman el gran poeta-poeta grande, nos deja su poesía, sus palabras recién nacidas, como una música nueva que fue y será siempre para muchos, como lo fue México para él, un inesperado y  “dulce estallido”.

Así escribe Gelman

Qué se sabe?

Del poema, nada. Llega, tiembla

y raspa un fósforo apagado.

¿Se le ve algo? Nada. Tiende una

mano para aferrar

las olitas del tiempo que pasan

por la voz de un jilguero. ¿Qué

agarró ? Nada. La

ave se fue a lo no sonado

en un cuarto que gira sin

recordación ni espérames.

Hay muchos nombres en la lluvia.

¿Qué sabe el poema ? Nada.

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