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De romanticismo y serenatas

Escribe el vecino: esta vez la pluma es de José Enrique Marianetti.

Las Voces de Chacras cantan en la plaza del pueblo a tono con el proyecto cultural de Claudio Brachetta para rescatar del olvido la costumbre de la serenata. A ver si los hombres se movilizan y comienzan a sorprender a sus mujeres con música bajo la ventana y a la luz de la luna -o del farol-.

La maravilla imperdible que yo veía y vivenciaba, me llevó, por asociación libre, a pensar acerca del romanticismo, de lo romántico, que poca gente podría definir si se lo preguntáramos, dado el paso del tiempo, la falta absoluta de buenas lecturas y el cultivo perdido de esa sana costumbre; la indisciplina, el apuro, el seudo aprendizaje que, supuestamente brindaría la tecnología internet, sin esfuerzo alguno y han banalizado.

Pues bien, el romanticismo inicia un cambio filosófico e intelectual, engendrado en el campo de las ideas y de los sentimientos, apartándose del clasicismo greco-romano en sus reglas y preceptos, durante la mitad del siglo XIX, aunque hay antecedentes en el arte, la poesía y la música algunos celebres: Luis Van Beethoven (1770-1827) escribió dos serenatas en re, para violín alto y violoncello y la segunda para violín alto. Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) escribió una serenata para violín alto y bajo, dos flautas y coro. También citaré a escritores y poetas, cuyas obras pertenecen al romanticismo: Wolfgang Goehte (1748-1832), Lord Byron (1818-1847), Walter Scott (1772-1822).

De pronto me viene a la cabeza el recuerdo de las serenatas, que me encantaba escuchar desde la cama, cuando Luigi Sandri y su grupo le cantaban a papá, Benito Marianetti, homenajeándolo por su lucha social. Debo decir que la serenata es un género musical que se interpretaba al aire libre, de noche o madrugada, para homenajear a alguien, por lo general a la mujer amada, bajo su balcón o ventana. De adolescente las gocé en el cine y en películas con interpretes como Tito Guizar, Jorge  Negrete y María Félix.

Actualmente es un género popular en México, que ha hecho todo un culto de esta modalidad musical, con coro de mariachis. Primero, con instrumentos de viento, luego se agregaron las cuerdas y demás.

Linda época aquella entre los años ‘40 y los ‘60, galante, suave, liviana, sugerente, donde el sensualismo no era chabacano ni vulgar. Ojalá siguiera prevaleciendo el amor sobre la violencia, el ensueño en lugar del vicio y el cerebro en uso contra las pasiones fuera de control.

A veces gratifica ser anciano y haber vivido la corrección y la docencia, sin haber caído nunca en las garras de la corrupción.

“¡Oh témpora; Oh, more!” (“Oh, tiempos; Oh, costumbres”)

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