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Luciano Bandino: Arquitecto de un sueño

Hizo cumbre en el Himalaya

A su regreso a su querida Chacras de Coria, después de casi 60 días de ausencia y de haber hecho cumbre en el Lhotse (significa “Pico Sur” en tibetano) la cuarta montaña más alta del mundo con sus 8.516 metros de altitud en la cadena del Himalaya en Nepal, Luciano Badino cuenta que en su hogar fue recibido por su esposa Agustina Luque y por su orgulloso hijo Lautaro de 12 años de edad que “es el hombre de la casa cuando yo no estoy”. Orgulloso según agrega porque en el colegio todos le comentaban y le preguntaban por la singular hazaña de su papá que a las cuatro de la tarde del  viernes 25 de mayo pasado, luego de 12 horas de forzada marcha porque había partido a las cuatro de la mañana desde el Campamento IV a los 7.950  metros de altura, ascendió sin tubos de oxígeno la majestuosa cima del Lhotse desde donde se aprecia en todo su esplendor la piedra negra y oscura y el blanco de los canales de nieve del majestuoso Everest como comenta al periodista de Correveidile mientras deja una frase que es todo un testimonio de satisfacción y alegría: “me siento muy feliz”. El Everest (recibe ese nombre del geógrafo británico George Everest) que es el pico más alto del universo con sus 8.848 metros de altitud  también fue conquistado el día de la fecha patria por la expedición argentina que se dividió en dos equipos para cumplir el objetivo que se habían fijado. Luciano es arquitecto de profesión, aunque no ejerce esa actividad porque se ha entregado en cuerpo y alma a su pasión por el andinismo, en sus comienzos fue jugador de rugby del club Los Tordos pero dejó por una lesión en la rodilla. Ostenta la marca de 20 cumbres en el llamado “Techo de América” que es el Aconcagua en la Cordillera de Los Andes y en la temporada del verano trabaja como guía en el Parque Provincial Aconcagua. Se convirtió ahora a los 37 años en el arquitecto de su propio sueño al hacer realidad la meta más importante de su vida deportiva aunque también se recuerda su proeza de hace dos años al subir en solitario el Aconcagua en época invernal que es la más difícil en homenaje al Bicentenario de 2010.

Tres mendocinos formaron parte del especial desafío de llegar a las entrañas del imponente y dominante Himalaya donde todo es silencio y riesgo entre muy bajas temperaturas que pueden llegar a los 58 grados bajo cero y fuertes vientos que soplan hasta 160 kilómetros por hora. Porque además de Luciano que integró el equipo que subió el Lhotse también viajaron Pablo Betancourt que lo hizo como camarógrafo del actor Facundo Arana y Fernando Grajales que es director general de Grajales Expeditions, la firma creada por su padre en 1976, y que integraron el equipo que coronó al Everest tras 12 horas de recorrido desde las 9 de la noche del día 24 de mayo a las 9 de la mañana del día 25. La expedición fue dirigida por los hermanos mellizos Damián y Willie Benegas (11 Everest) de 43 años, viejos conocidos del Aconcagua,  oriundos de Puerto Madryn y que se encuentran entre los guías más prestigiosos del mundo por su arrojo, temeridad y experiencia. Los neuquinos Hernán Carracedo (Santa Rosa, La Pampa) y Fernando Rodríguez de Hoz (Neuquen), que debió ser socorrido por los sherpas de la región porque sufrió un congelamiento de corneas, y Tommy Ceppy que proviene de (Choele choel Neuquen), quien superó una operación de cáncer de tiroides de hace un año atrás, completaron el grupo de valientes montañistas. También participó inicialmente el actor Facundo Arana que a raíz de un edema pulmonar y cerebral debió desertar y fue evacuado en helicóptero apenas a la segunda semana de iniciada la colosal aventura. Comprometido con su noble gesto y por la campaña que realiza Arana les pidió a sus compañeros que llevaran su bandera “Donar sangre salva vidas” a la cima quienes cumplieron su deseo.

 Testimonios

Luciano destacó el excelente estado físico, la fortaleza sicológica, el alto espíritu, el buen estado de ánimo y la unidad, camaradería y  compañerismo que reinó durante la larga travesía de casi dos meses en las frías paredes del Himalaya. También la seguridad,  el optimismo y la confianza de lograr la ansiada meta y el fin humanitario y solidario de la misión que la convirtió en una expedición fuera de lo común. En su opinión el mensaje de Arana, y de el su amigo Tommy con su ejemplo de que el cáncer de tiroides puede superarse, se instalaron en la sociedad que se sensibilizó por el esfuerzo de tantos días a la espera de que el tiempo permitiera el salto final cuando otras columnas habían emprendido la retirada. Contó por ejemplo que “para mantener la moral alta y el buen estado de ánimo en los distintos campamentos que ocupamos (el base a 5.300 metros, el I a 6.000 metros, el II a 6.500 metros, el III a 7.250 metros y el IV a 7.950 metros) desarrollábamos todo tipo de tareas para evitar el hastío y el aburrimiento. Nos entreteníamos viendo películas, podíamos entrar a Internet, conversábamos entre nosotros, contábamos anécdotas, jugábamos a la cartas, conversábamos diariamente con nuestras familias y obviamente cocinábamos que era lo más importante para poder alimentarnos bien y mantenernos en estado. Los últimos platos que hicimos fueron unos lomitos completos al pan con papas y huevos fritos y unas pastas con diferentes salsas. A veces nos dábamos el gusto de comer salamines, quesos y picadas, pero como parte de nuestra dieta generalmente consumíamos lo que nosotros llamamos “comida emocional y psicológica”, que consiste en una dieta de alimentos disecados que se hidratan con agua caliente. El último día, cuando nos dividimos y separamos, armamos una rueda de mates y nos trasmitimos entre todos un sincero deseo de buena suerte”.

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