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La bella Barcelona según la mirada de la mendocina Silvia Suárez

Libros

Este libro 2011, nos llega con una carga de amor, homenaje, agradecimiento  y devolución de quien ha logrado compenetrarse con su segundo hogar.

Por Onelia Cobos

Silvia Suarez vive en Barcelona desde hace mucho tiempo, tanto que sus hijos y nietos han crecido y se han hecho adultos en el lugar.

Su partida de Argentina tiene el rótulo trágico del exilio en épocas del Proceso.

Su estadía en Europa tiene la marca de la realización profesional, personal y ciudadana de quien supo convertir la adversidad en triunfo y por lo tanto volverse una resiliente total.

Egresada de la Universidad Nacional de Cuyo, como licenciada en Literatura y Filología, pertenece al grupo de la Escuela Superior del Magisterio cuyos alumnos gozaron de los años dorados de esa institución secundaria, dependiente de la UNC, que marcaron una formación intelectual humanista descollante en los años 1954-1960.

Fue  también integrante de ese grupo secundario que disfrutó de los picnic de primavera en el parque San Martín de calle Darragueira, hoy Parque Las Colinas en Chacras de Coria.

Preparada para la brillantez intelectual, su fino y aristocrático espíritu ha podido percibir una ciudad de Barcelona llena de curiosidades, como ella las llama, que nos muestran lugares llenos de sorpresas.

Torres, piedras, monumentos, construcciones funerarias, emblemas con historia, monasterios, pestes, guerras, la horca, prostíbulos, monedas, castillos, farolas, máquinas, transporte marítimo, el transporte colectivo, la literatura, los artistas.

Entrar en el libro es entrar a un caleidoscopio de colores, donde las formas  de lo percibido cambian y saltan y se transforman a cada instante.

Su ojo  avizor nos lleva desde las gárgolas (piedras) de las iglesias, de formas normalmente temerosas,  a las fuentes, como la de Canaletes con su leyenda de que se volverá a Barcelona si se bebe agua de esta fuente.

Detrás de cada ícono mencionado, la autora desgrana el origen histórico que se pierde en tiempos medievales y  romanos.

Silvia Suárez siempre estuvo interesada en lo histórico-político.

Leerla es recrear, volviendo al pasado, sus lecciones orales en Historia, en Pedagogía, en Historias de las Instituciones y revivir, desde una vieja y querida aula secundaria compartida, la aguda observación en sus conceptos y apreciaciones. Su texto cuidadoso e inteligente nos vuelve a crear la invitación a soñar con su persona.

Barcelona está allí para todos, sólo que tomados de la mano de Silvia se nos vuelve una caja de Pandora.

Nos metemos en un tren y el viaje se vuelve cuento y leyenda y sentimos el miedo del “hombre del saco” secuestrando niños para matarlos, extraer la grasa del cuerpo y así permitir que el invento -primer tren del territorio peninsular- siguiera funcionando.

Las páginas sociales nos cuentan de las luchas sindicales obreras. En Barcelona nace el movimiento obrero de España.

Su espíritu se regocija y nos regocija permanentemente al descubrir relatos fantásticos de sucesos como el dedo robado de Santa Eulalia. Robado como reliquia y devuelto con la ayuda de un ángel.

De la lectura se desprende una atmósfera de simbiosis permanente de lo puramente externo -fuentes, murallas, plazas- con lo profundamente interno de las percepciones  evocadoras de Silvia. Ella tiene una “forma de mirar” y un detenerse en lo mirado, desde un ángulo muy personal. Los títulos de las narraciones dan prueba de ello.

Nos llega en todo momento una Barcelona que mira al cielo integrando naturaleza y religión en las fantásticas construcciones de Gaudi.

Al cerrar el libro -al que hay que volver una y otra vez para renovar el regocijo- queda flotando en el espacio, Silvia adolescente, bailando rock and roll con “chatitas negras” -zapatos bajos- y el texto apasionado de sus lecciones orales en una lejana escuela secundaria.

Seguramente el libro es el “cocktail” de dos sensibilidades coincidentes en miradas: la de Anna-Priscila Magriñà y la de Silvia.

Desagregarlas es difícil, sólo que reconocer  a Silvia en la Palabra es casi un ejercicio inconsciente, proveniente de una temprana formación común.

En el Capítulo Arte y Cultura el espíritu artístico de Silvia aflora en su totalidad.

Sus flashes perceptivos nos hacen mirar y ver esculturas, balcones, relieves, medallones, el realismo de Nonell, pintor de la miseria, el arte y las ideas comerciales en el gran cartelista Casas y nos recuerda el arte catalán y universal de Picasso, Casals, el inolvidable Orwell, fascinado por Barcelona, el genial Gaudí.

Barcelona, una ciudad muy distinta del oasis mendocino del que proviene Silvia. Sin alamedas, sin calles con árboles carolinos y acequias y sin embargo el milagro de una ciudad que se ha dejado vivir, interpretar y disfrutar por un alma en exilio.

Barcelona, ciudad de ángeles y leyendas, industrias y arte, históricamente acostumbrada a recibir el paso de iberos, griegos, cartagineses y romanos ha albergado, esta vez, el ojo captador americano de Silvia, que preparado didácticamente para potenciar el humanismo, consigue deleitarnos con sus pinceladas.

              De la página 230 extractamos:

Antoni Gaudí: la vida de un genio

Hijo de Reus, Antoni Gaudí (1852-1926) procedía de una familia de caldereros. Aunque durante su juventud se acercara a las ideas del socialismo utópico, más adelante llegaría a profesar una ardiente pasión por el catolicismo. En el momento de otorgarle el título a Gaudí, el director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, Elies Rogent, dijo: “Hemos dado un título a un loco o a un genio, el tiempo lo dirá “.

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