Categoría | Cultura

Julio De Caro, el revolucionario

Por Nicolás Sosa Baccarelli

Academia Mendocina del Tango

 

Hablar de Julio De Caro a 88 años de la aparición de su prestigioso sexteto, no es tarea sencilla. Mucha agua ha pasado bajo el puente de este caudaloso río que es la música popular. Entrecerrar los ojos y hablar de Julio De Caro es remontarse a un tiempo lejano para referirse a un hito rotundo y decisivo en la historia de la música de nuestro país.

Primeros pasos

Comenzó sus primeros estudios musicales con su padre, don José De Caro, profesor del Conservatorio de Milán. A los trece años ya se ganaba sus primeros pesos enseñando teoría, solfeo y violín.

En la familia De Caro se respiraba música. Eso sí, nada de tango. Don José tenía prohibido que esa música sonara en su casa, él quería que sus hijos cultivaran la “música en serio”. Sin embargo, tanto Julio, como sus hermanos Emilio  – también violinista- y Francisco – pianista- sentían desde niños, la inclinación por esa música nacida en las orillas, que se filtraba como un vaho de taconeos y guitarras sobre el empedrado.

La tensión en casa de los De Caro aumentó cuando Julio habló con su papá para decirle que haría un reemplazo en la orquesta del gran Eduardo Arolas quien lo había convocado luego de escucharlo tocar con Roberto Firpo.  Don José reaccionó expulsando de la casa a su hijo “milonguero”.

El tango abre sus alas

La influencia de Firpo, Arolas, Delfino, Fresedo y Cobián sobre el joven De Caro, fue notoria. Con estos nombres, el tango había empezado a desplegar sus ansias de evolución. El tango se preparaba para el gran salto.

De Caro ingresó en 1923 a la prestigiosa orquesta de Juan Carlos Cobián (ese exquisito compositor que recordamos por sus tangos “La casita de mis viejos”, “Mi refugio”, “Nostalgias”, entre otros éxitos). A fines de ese año, Cobián viajó a Estados Unidos. Entonces el joven De Caro constituyó su primer conjunto en base a la formación de músicos que dejaba Cobián. Así nacía el legendario Sexteto Julio De Caro.

La orquesta estaba integrada por los bandoneones de Pedro Maffia y Luis Petrucelli (más tarde reemplazados por Armando Blasco y Pedro Láurenz), Leopoldo Thompson en contrabajo, y Julio y Emilio De Caro en violines. Al piano se sentaba su hermano Francisco, fundador de una escuela pianística de avanzada.

La renovación profunda y definitiva

La sonoridad de esa maravillosa orquesta estaba dada por una visión innovadora de la música. Ya no se interpretaba “a la parrilla” como suele decirse en la jerga musical, tal como se hacía durante los primeros años del tango. Ahora, con la renovación de los años 20 y 30, cada instrumento tenía su protagonismo, sus momentos de brillo y de silencio y sus diálogos y contracantos.

De Caro fue más allá de lo conocido. Renovó el tango.  Propuso nuevos recursos para esa música popular rioplatense de origen humilde y reo, dando así un enorme avance para su difusión en el mundo. Y lo hizo sin descuidar jamás su esencia rítmica, su sentido criollo. Logró combinar lo que el tango fue, con lo que era capaz de ser.  Incorporó recursos técnicos especialmente en materia de armonía y contrapunto. Ahora aparecían solos melódicos de bandoneones, de violines, variaciones de cuerdas sobre la base del piano conductor o del contrabajo. Muchas veces el piano quedaba como solista, acompañándose él mismo. Otras, su violín fraseaba armonías contrapuestas al desarrollo de la obra. El tango había ganado altura, refinamiento y técnica. Su horizonte se había extendido varias leguas. Así, se conocía un universo musical, una forma de comprender el tango que se llamó la “escuela decareana”. En ella forjaron su estilo los gigantes que vendrían luego: Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, entre tantos otros símbolos gloriosos de lo que se dio en llamar la Guardia Nueva. El movimiento de De Caro había bajado línea de cómo debía ser una orquesta típica. Fue la bisagra entre la vieja y la nueva guardia. Algunos músicos conservadores, apegados a las formas tradicionales del tango, insistieron con ellas, pero lo cierto es que el “predecarismo” quedaba envuelto en la niebla del tiempo.

Tal es la importancia de la escuela decareana en la historia del tango, que, como explicaba Blas Matamoro, fijó pautas para el tango del futuro, al extremo de que, cuando se traspasan las normas del “decarismo”, sus propios autores hablan de “música de Buenos Aires”, en claro reconocimiento de haber cruzado la frontera entre lo que es “tango” y lo que no lo es.

Viajó por diferentes países y enamoró con su “tango vestido de smoking”. Sufrió en su momento las mismas críticas que las que se lanzarían décadas más  tarde contra Astor Piazzolla. “Eso no es tango” decían algunas voces temerosas que miraban con recelo la renovación decareana.  Evidentemente se equivocaron. Esos jóvenes músicos estaban inventando el nuevo tango, el tango que venía… y que conquistaría el mundo.

Con el correr de los años la actividad de Julio De Caro fue apagándose. Ya corrían tiempos diferentes. Hacia la década del 40 la poesía había florecido, dando a la letra de tango un histórico vigor. Eran las épocas de las orquestas con cantores protagónicos, estelares; cuestión en la que De Caro nunca incursionó. Hacia 1954 abandonó la actividad como director.

Dejó centenares de obras grabadas y excelentes composiciones propias  y otras en coautoría con algunos de los músicos de su orquesta. Un 11 de marzo de 1980, y como para respetar la misteriosa simbología tanguera tejida entorno al número 11 (pues ese mismo día, en diciembre, había nacido él y Carlos Gardel), Julio De Caro dejó este mundo, tras haber reinventado el tango.

El violín corneta

Un símbolo con el que siempre se recuerda a De Caro es su violín corneta. Consistía en una bocina anexada al violín para aumentar su volumen y resolver de ese modo la carencia de recursos técnicos propia de la época, tanto para hacerse escuchar en vivo como para grabar. El propio De Caro contó que se lo trajo del exterior un directivo de la Rca. Víctor. Si bien se transformó en un sello de De Caro, no fue él quien inventó el violín corneta. Ni siquiera fue el primer músico de tango que lo usó. José “Pepino” Bonano tocaba uno en la orquesta de Juan Maglio “Pacho”,  hacia 1912 en el famoso café La Paloma. Buscando en las reseñas del Instituto Smithsoniano de los Estados Unidos, encontramos que el nombre original del instrumento es “Stroh violin” en alusión a su creador: John Matthias Augustus Stroh, quien lo patentó en Londres, en 1899.

Opinión

Ángel Bloise

Miembro correspondiente de la Academia Nacional del Tango. Periodista de tango.

“Julio De Caro fue el primero y el más importante renovador de la historia de nuestro tango. Fue la llave maestra que abrió la puerta para que ingrese la guardia nueva del tango. No desdeñó la guardia vieja, porque en ella estuvieron los inolvidables fundacionales de nuestra música emblemática.

No es casual que del conservatorio Williams donde inició sus estudios de música, hayan salido maestros notables como Juan Carlos Cobián y Carlos Di Sarli, entre otros. Debe haber habido allí un abono especial para el surgimiento de talentosos intérpretes.

Su estilo único que impuso a través de su sexteto fue seguido por una importante cantidad de maestros siendo el principal defensor de lo decareano, don Osvaldo Pugliese.

Sin ninguna duda que esos que tomaron su posta, potenciaron ese estilo rítmico especial, con matices dinámicos de increíble prolijidad.”

Deje su comentario