Una hijuela con agua cantarina fluye alegre en la estrechez de su cauce, al costado de una casa de viejos vecinos. Penetra la propiedad facilitando el riego solidario, compartido con vecinos en fondo del lugar.
La hijuela está en calle Victor Delhez, probablemente una de las últimas callejas que guardan el candor, la magia, el silencio verde, la lentitud y el Asombro del pueblo de ANTES.
Es corta la calle, sin salida a ninguna arteria vehicular. Unas vías de tren muertas la cortan y la separan del AHORA. Son como un cartel no escrito que dice: desde aquí hacia el Este, el Paraíso.
Paco Ayala y su familia viven en la calle. Su casa es la casa de la hijuela.
Paco, como la calle, configura rastros del pasado.
Miméticamente conectado con la madera, Paco transfiere su amor por el
oficio en cada puerta, en cada ventana que construye en su taller, acompañado por sus hijos.
Los signos de los tiempos nuevos no parecen rozarlo.
Paco pertenece a los que disfrutan con el hacer del trabajo a conciencia, a los que sintieron y sienten un orgullo infinito por “el buen hacer”.
Cree en aquellos viejos valores que hicieron posible una sociedad comercial de padres e hijos, sin barreras generacionales, basada en el triunfo de la calidad laboral.
Paco tiene ya 72 años y por ello puede recordar en la charla amena y evocadora al Chacras sin prisa y sin agua corriente, a los surtidores públicos de agua potable del Río Blanco, a las bicicletas cargadas de damajuanas del líquido bebible, al silencio de las calles transitadas por vecinos caminantes.
La vida le ha permitido vivir junto a su esposa e hijos en un lugar donde se puede caminar por la calle en tiempo de paseo y recibir el abrazo en sombra verde de su arboleda. Todo en el lugar parece un refugio de viejas riquezas, pero, a su vez, la vida le ha permitido también, doblar a la derecha, y enfrentar una estrecha calle Italia inundada de nuevos comercios que regalan el inevitable progreso de consumir y comprar en el lugar donde se vive, y que seguramente, poco a poco irá ordenando el febril desorden de este atropellado nacer.
La vida, en este rincón del planeta, sigue su curso y sus tiempos, integrando el ahora y el aquí con el allá de espacio y tiempo idos.
Onelia Cobos