La calle Pueyrredón guardará su memoria.
Será siempre la calle del Almacén de Tomasa.
Tomasa supo crear un único lugar de socialización en el colorido escenario de artículos varios de su negocio: carnes, verduras, leña, alimentos de todo tipo. Los vecinos se quedaban largos ratos después de las compras. Madres con niños chicos intercambiando conocimiento de hierbas sanadoras, curaciones alternativas para el “empacho”, “la ojeadura”, “la culebrilla”, “las paperas”, se sentían enredadas o anestesiadas en una invitadora tertulia sin prisa.
Tomasa sabía parar el tiempo.
Pero con el correr de los años ella también acumuló tiempo. Se corrió a un costado, con su rodete y su eterno delantal de cocina y dejó a Julio César, su hijo, al frente del negocio.
Hoy se sintió cansada y decidió partir, no sin antes dejar el sello eterno de una época de atmósfera rural, un apellido colonizador y una magia renovada en la memoria del agua en cada crecida desbordada de lluvia del pedemonte.
Onelia Cobos