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Nuestro lugar: el desierto

Vivimos en un desierto. En este paisaje la vida nunca fue fácil para el hombre. Por el contrario, nos exige permanentes esfuerzos para superar todas las adversidades de una tierra hostil.

Mendoza tiene un poco más del 6% del total de su territorio, habitado y cultivado. El resto, casi un 94% es desierto o montañas.

El mendocino joven, que nació en los oasis cultivados, tal vez aprecie como algo natural y espontáneo, a nuestras frondosas arboledas y a todos los cultivos que tenemos en la provincia.

En cualquier desierto lo que más se valora es el agua y la vegetación, precisamente por su escasez. Nuestros buenos gobernantes de antaño, concientes de esto y advertidos de que había que ordenar racionalmente el territorio para las futuras generaciones, tomaron sabias decisiones. Una de ellas fue promulgar una Ley de Aguas. Pocas provincias argentinas tienen una legislación tan completa sobre el uso del agua como Mendoza. Con esta ley se procuró controlar y regular el uso del agua, principalmente para el regadío de los campos cultivados. También crearon el organismo que se encargaría del usufructo del agua: el Departamento General de Irrigación.

Fueron sabios y previsores. En nuestro terruño casi toda el agua disponible depende de la cantidad de las nevadas en la cordillera. El promedio anual de precipitaciones pluviales es sólo de 220 mm. Obviamente que esto nunca alcanza. Por eso tenemos un complejo sistema de riego que permite conducir el agua desde los ríos hasta la puerta de nuestra casa por las acequias.

Sin agua no hay vida. Sin agua no hay vegetación. La flora autóctona mendocina es xerófila. Pocos árboles subsisten al rigor del desierto como el Algarrobo dulce y el Chañar. Lo demás son arbustos achaparrados que crecen en el pedemonte.

Sin embargo, nos ufanamos de poseer una de las ciudades más arboladas del país. Todas las especies plantadas en las ciudades y barrios mendocinos son exóticas para un clima semiárido. Sin embargo las tenemos y cuan orgullosos nos sentimos de ellas.

Pocos días atrás un fuerte viento zonda puso de manifiesto el estado real de nuestra magnífica arboleda. Y, lamentablemente, tomamos conciencia que no todos los árboles mueren de pie. Muchos de ellos agonizan lentamente por falta de cuidado. Es cierto que el zonda sopló con furia, pero muchos de los árboles caídos estaban secos, o secándose o podridos en su interior. No basta con plantar el árbol. Como todo ser vivo requiere cuidados y atención. Tampoco alcanza con un riego  periódico, también es menester contemplar el aspecto sanitario de los vegetales. Y esto, verdaderamente está totalmente descuidado.

Chacras de Coria fue uno de los sitios donde más árboles derribó el viento. Desde nuestro medio y en forma permanente venimos alertando y llamando a la reflexión sobre el cuidado y mantenimiento del arbolado público, que en definitiva es un bien común y debería preocuparnos a todos.

Ya vimos lo que sucedió con los árboles de nuestra hermosa plaza a causa de negligencias compartidas y reiteradas. Y así está pasando con muchos ejemplares de la vía pública.

Luego del zonda nos llegó la lluvia tan deseada. Pero tanta agua no tenía por donde transcurrir libremente. Por nuestras acequias, tan mendocinas, casi nunca corre agua y se han convertido en un depósito de botellas, vasos, pañales, bolsas y cuanta basura podamos imaginar.

Cada tanto la naturaleza nos hace reflexionar sobre nuestras actitudes para con ella. Nos reta, nos llama la atención: si no cuidan sus árboles morirán, si no cuidan el agua volverá el desierto.

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