Categoría | Info general

Un lujanino en el rescate de los mineros

Javier José López -  Técnico en perforación

Un lujanino en el rescate de los mineros

Entre los cientos de rescatistas, ingenieros, técnicos, operarios y obreros en general que participaron de la difícil misión que se convirtió en proeza y milagro al rescatar con vida a los 33 mineros que permanecieron encerrados durante casi 70 días en la mina San José, muy cerca de la ciudad de Copiapó, al Norte de Chile, se encontraba un mendocino, oriundo de Luján de Cuyo, Javier José López, técnico en lodo y perforación, con una amplia experiencia de 13 años como inyeccionista de pozos de petróleos en la Compañía Internacional MI Swaco, empresa norteamericana con sede en Punta Arenas, Comodoro Rivadavia, Neuquén, Salta y Mendoza.

Por José Félix Suárez.

Javier -33 años de edad- casado con Carla Ferreyra y padre de Gregorio, su primer hijo de apenas 4 meses de edad, pasa gran parte del año en la ciudad de Punta Arenas, en el extremo Sur chileno. Allí tiene su base de operaciones la empresa en que trabaja. Resulta que Javier integró el equipo de técnicos y especialistas que participó del Plan C, una de las tres alternativas que se habían instrumentado para dar con vida con los ahora héroes del milagroso rescate de la mina San José. Durante 28 días, entre el 17 de septiembre y el 14 de octubre, permaneció en terreno hasta que se suspendió la tarea cuando se encontraban a 85 metros del lugar en que esperaban los mineros chilenos.

Experiencia inolvidable

En su hogar de su querido Luján de Cuyo, donde disfruta de un merecido descanso y del pequeño Gregorio que feliz juega en sus brazos, Javier se emociona cuando recuerda las distintas sensaciones que vivió en la mina San José, una experiencia que no solo lo conmovió, sino que también lo marcó para siempre, porque como reconoce con sinceridad descubrió el valor de la vida, el heroísmo de esos mineros que estuvieron encerrados durante tantos días, el amor de sus familias en el “Campamento Esperanza”. Allí madres, esposas, padres, hijos y hermanos esperaron con inmensa fe el  feliz final del increíble rescate, que se convirtió en realidad cuando el Plan B llegó a destino con tanta precisión y esfuerzo.

Conversando con Correveidile, Javier nos cuenta que es inyeccionista de una empresa norteamericana y que trabaja en Punta Arenas, al Sur de Chile. Fue en ese lugar donde recibió la noticia de que debía viajar al Norte de ese país para participar en las tareas de rescate, cuando se confirmó que los mineros se encontraban con vida luego de los primeros 17 días de encierro, los más duros y difíciles porque se temía lo peor, que pudieran estar sin vida luego de tanto tiempo sin noticias.

- ¿Cuál es su sensación actual?

-Siento un quiebre interior que es difícil de explicar, como una sensación de paz, de mucha tranquilidad. Es que he vivido una experiencia que para mi resultó no solo increíble, sino también inolvidable. Cuando acepté la misión en la mina San José lo tomé como un trabajo más, como una responsabilidad que debía cumplir porque había sido seleccionado por mis superiores para viajar a terreno. Sin embargo desde los primeros días y después de todo lo que ví y sentí a mi alrededor, mucho más luego del feliz final de la historia que me tocó compartir, me cambió la cabeza, la mente. Ahora pienso y entiendo las cosas de otra manera. Descubrí el valor de la vida, del heroísmo, de la esperanza, del amor.

-¿Qué es lo que más lo conmovió?

-Tengo sensaciones encontradas, porque ubico en un plano de igualdad no solo el heroísmo de esos trabajadores que compartieron tantos días en la soledad del encierro de la mina sino también las muestras de amor y esperanza de sus familias. No había noticias de ellos y esa gente permanecía sin moverse del lugar, con la fe intacta de que podían estar vivos, de que regresarían a casa sanos y salvos. El último día fue conmovedor, el reencuentro de los mineros con sus seres queridos. El llanto, la alegría, los abrazos. El “Campamento Esperanza”, que se había convertido en una ciudad, explotaba de felicidad.

-¿Cuál fue su trabajo?

-Trabajé como inyeccionista y estuve asignado al grupo del Plan C, donde actuó la perforadora RIG 421. Las jornadas eran muy largas, agotadoras, con escaso tiempo para el descanso. Pero eso era lo de menos, porque la tarea que hacíamos dejó de ser una rutina para nosotros y se convirtió en una necesidad. Teníamos que sumar metros y metros, debíamos perforar cada día más, para llegar a destino. Teníamos la íntima ilusión de que nuestro plan podía ser el primero en llegar a destino, pero igual nos dio mucha alegría que los operarios del Plan B fueran los primeros en lograrlo. Cuando esto ocurrió nosotros estábamos también muy cerca, apenas a 85 metros.

-¿Cómo era la vida en el campamento?

-Los primeros días fueron los más complicados. Apenas llegué no tenía donde dormir y debía pernoctar en una camioneta. Después me armaron un pequeño trailer, con una cama, que es donde permanecí el resto de la misión. Solo pude viajar dos veces a Copiapó, donde pude bañarme y descansar con mayor comodidad. Acampábamos cerca de la mina, donde se realizaban las perforaciones. Más de una vez solo pude dormir un par de horas porque me venían a buscar de nuevo y había que regresar al puesto de trabajo.  Yo tenía que preparar y controlar el fluido de la perforación por lo que debía estar siempre listo.

-¿Tuvo trato con la gente?

-No, no podíamos. Nosotros estábamos en la entrada de la mina, a unos 200 metros del campamento donde acampaban. Pero los mirábamos y escuchábamos a lo lejos y tanto a mi como a mis compañeros nos partía el alma la vigilia de esa gente. Veíamos las 33 banderas desplegadas y los carteles o pancartas, con palabras de bienvenida, de mucho amor, de encendida esperanza. La primera vez que lo ví, el día que llegué, no pude controlar las lágrimas. Me emocioné, resultó una sensación muy fuerte. Cuando se produjo el rescate si me mezclé con la gente y pude verlos de cerca.

En la despedida, Javier José López, ese lujanino que ya es orgullo del departamento por su compromiso y solidaridad, dejó un último testimonio: “soy un agradecido a la vida, porque me permitió ser parte de un hecho histórico, único e inolvidable. De un verdadero milagro, muestra de fe y de coraje, de heroísmo y mucho amor”.

Deje su comentario