Por Onelia Cobos
Ya no es tan alto el portón de la panadería de Viamonte 5275 como lo fue en el pasado.
Sobre su fachada, sin embargo, aún se ven dos solitarias letras P y A.
Aparecen queriendo tejer un hilo narrador del ayer, de nuestro ayer.
¡Éramos tan niños, tan jóvenes!
El color del tiempo hace que aún se cuele por nuestra nariz el aroma de las tortitas chicas, las de hoja y las de cerveza que salían temprano de la panadería Los Andes de Miguel Pons.
Por aquellos años 1945 ¿1948? la panadería tenía dos dueños: el señor Miguel Pons, venido de las Islas Baleares, Menorca, España, y el señor Antonio Amers, su socio.
Al poco tiempo Miguel Pons compró la parte de Antonio Amers y devenido único dueño del negocio, permaneció allí largos años.
Al tirar del hilo de la madeja del recuerdo de “Entonces” se desliza la figura de su esposa Luisa, uruguaya, inseparable compañera de trabajo.
Aquellas tortitas, infaltables en los recreos de la Escuela Teresa O’ Connor, han sido saboreadas por varias generaciones y son el emblema y el sabor a Chacras.
La familia Pons tuvo un solo hijo, médico, que vive en calle Aguinaga, Miguel.
Conversando con él descubrimos una figura singular, de fino humor, reflexivo, amante de la filosofía y la música y con un posicionamiento no terrenal ante lo Temporal. Creo que no cuenta los días, los meses o los años. Navega en ellos. A pesar de esto, nos ayuda a recordar hechos pasados insertados en el tiempo.
Mi padre solía salir con Miguel a cazar liebres y a veces Juan Goldaracena, el párroco español de entonces de nuestra parroquia del Perpetuo Socorro los acompañaba. La sotana enredada en los alambres de las tranqueras, cuando las saltaban en los campos de cacería todavía hacen reír a Miguel.
Era el tiempo de un Chacras pequeño con el bar de Jelasich abierto todo el día, donde la peonada campesina del pedemonte degustaba un anís, una caña, un vaso de vino.
Miguel recuerda que no podía entrar al bar por estricta prohibición de su madre.
Luisa cuidaba del hijo único con obsesiva dedicación.
La panadería era un lugar donde la gente podía buscar trabajo. La cuadra demandaba constantemente mano de obra. El maestro mayor y el amasador necesitaban apoyo laboral siempre.
Luisa permitió a su hijo estudiar Medicina en Buenos Aires algún tiempo, pero pronto lo extrañó y le pidió regresara a casa. Pasó a la UNC y terminó su carrera en Uruguay.
La particular educación que Miguel recibió de su madre configuró seguramente su perfil pensante, introspectivo y personal.
Otra etapa: Los Collovatti
Un día, la construcción de una medianera en el fondo de la propiedad por parte de dos hermanos Collovati marcó la segunda etapa del negocio en manos de nuevos dueños.
Supieron que estaba en venta y decidieron su compra.
Esta etapa tuvo el mismo aroma de tortitas chicas y la misma permanencia en el tiempo que tuviera con Miguel Pons.
Lorenzo y Pedro Collovati trabajaron un tiempo juntos. Luego fue Pedro quien durante 45 años llevó el negocio junto con Ángela, su esposa, hijos, hermanos, sobrinos. Fue una empresa familiar.
Creemos que el espíritu del pan de cada día, convoca al espíritu solidario de quien lo hace.
Esto explica que esta familia haya participado en la Unión vecinal, en las Cooperadoras de las escuelas y el Club de Madres.
Todavía es recordada Ángela por su pava con café y leche y las infaltables tortitas tres veces por semana en la Escuela de la magnolia (N.delaR.: Escuela Teresa O’Connor).
Hoy el pan francés, las trinchas, las rosetas, el pan criollo juguetean en las góndolas, en un edificio nuevo con sabor a Siempre.