Negocio redondo
En los años cincuenta, en Luján existía un Servicio Fúnebre, cuyo dueño era el Señor Salvador Cirrincione, un caballero delgado y semi calvo, a quien conocí, como también lo hice con sus hijos, uno dentista y otro médico, de gran predicamento ambos.
Don Salvador era cliente de mi padre y cada vez que iba a visitarlo, colocaba el negro y grandote carro fúnebre, frente a la puerta de mi casa. Invariable y cortésmente, mi padre le pedía a don Salvador que corriera el coche unos metros más adelante, por que, conocido como era, la gente iba a creer que mi padre había muerto, y no quería escándalos. Ya profesional, tuve una pareja de pacientes italianos, que atendí muchos años, hasta que la esposa falleció.
Don G.vino a verme Estaba desesperado. Tantos años juntos, tanto esfuerzo realizado y ahora estaba solo, triste y muy preocupado. Su amada esposa merecía honras fúnebres de calidad importante. No podía partir así nomás, así que pregunta cuánto le sale el entierro con carroza de 6 caballos y dos porta coronas. Casi cae desmayado con el precio que le pasan. Entonces pide algo más barato, y le dicen que hay un servicio con cuatro caballos y un porta coronas. El precio tampoco se acomodaba a sus posibilidades económicas. Estaba blanco como un papel. No podía creer que no podría homenajear a esa persona que había sido su compañera y le había ayudado tanto a lo largo de tantos años
Al borde del colapso, usó un último recurso, ante el fracaso de sus intentos, diciéndole a don Salvador: Mire, don Salvador, hablemos claro. Es su negocio y es perfectamente lógico que Usted tenga que ganar en su trabajo, pero se está olvidando de algo….
Pensativo, don Salvador se le queda mirando y le dice: ¿De qué me habla , don G ¿?
Y, Don Salvador, el asunto es que en este trato el muerto lo pongo yo ¡!!!!!
Tanta gracia le causó a Don Salvador la salida desesperada de en G, que le prestó un Servicio de Primera clase a un costo irrisorio.
Así eran las cosas, la vida y la gente entonces, solidaria, comprensiva y humana.
Vaya ésta anécdota como ayuda, para entender qué nos pasa hoy…
José E. Marianetti