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Psicología: Engaños cotidianos

“Mañana empiezo”. “Si sale bien el estudio de mi hijo, hago la dieta”. “No es que no quiero, no tengo el tiempo pero estoy en eso”. “El lunes voy”. Con estas frases se perpetúa en un trámite irresoluto y siempre postergado lo que una supuesta obligación marca como el camino para el autor de la promesa.

Cumplido el plazo, por ejemplo llega el lunes, algo no se da. Queda al desnudo que no se está cumpliendo con lo enunciado aunque no está claro el porqué.

Esto se puede dar tantas veces que hasta se puede transformar en costumbre: la rutina de no cumplir con lo que se anunció como modificación vital.

El autor de estas promesas no modifica ni interroga lo dicho anteriormente sino que agrega más. Es como emitir cheques sin fondos. Se endeuda con juramentos de lo que va a cambiar aunque no tenga la fortaleza de hacerlo hoy.

Lo prometido siempre tiene un destinatario. Un allegado que funciona como un testigo de lo que se va a cambiar. Puede ser uno mismo. Es el garante y es quien recuerda todo el tiempo que eso dicho está esperando que se cumpla.

Podemos seguir con el símil bancario cuando los plazos se vencen. Llega el mañana y no se cumple. Entonces se actualiza la deuda. El tercero también funciona de banco y pone la cuota de interés en su intolerancia. Parece de esta forma  que el problema es del otro que no comprende que no se puede cumplir, aunque el otro sea uno mismo en un juego de desdoblamiento por momentos cómico.

Se hacen chicanas diarias en este juego, ya no son ni cheques ni pagarés, son papelitos de vales con lo que se autoriza en forma de emergencia a continuar con una cena, con un cigarrillo o con todo lo que la situación amerita, dado lo excepcional del momento, tristeza, nerviosismo o alegría, euforia, etc.

Pero si las frases se sustentan en más frases, entonces llegan las hechas por la cultura como industrializadas y se justifica el no cumplimiento en que “la vida es corta” o “hay que disfrutar hoy que se puede”, “de algo hay que morirse”, etc., produciendo un efecto momentáneo de verdad tranquilizadora con lo cual se acalla el garante que reclama.

A nadie le gusta decir que no cumple con lo que dice, es uno de los aspectos de la ética y la cultura que más duele. Es un dolor equivalente al dolor físico, el dolor moral por no cumplir. Quizás por eso la insistencia del autor en pedir que se lo tenga en cuenta, que en algún momento va a proceder con lo apalabrado.

Caben unas preguntas entonces ¿para qué meterse en semejante brete? ¿Por qué acallar con promesas lo que no se puede cumplir?

Una postergación indica algo: no están dadas las condiciones para el cambio.

¿Qué falta? ¿Eso prometido hasta la deuda no es lo más deseado?

¿Faltan ganas de cambiar?

No creo que sea lo que demore el trámite. Por el contrario, es tanto el anhelo de conseguir eso que, ante la sentencia: “vos no tenés ganas de cambiar” produce un efecto de rabia inexplicable.

Con esa rabia se empieza a ver que, aunque contradictorio, para algo sirve el no cambio.

¿Qué habrá después del cambio? ¿Será un efecto cascada de transformaciones, de las cuales uno no está tan deseoso de vivenciarlas?

Serán miedos: a perder una esencia, un lugar, una forma de ser mirados; de ser queridos. ¿Será miedo a transformarse en un converso fundamentalista del cambio y sostener a rajatabla que todo el mundo acelere en cumplir sus anhelos? O simplemente algo del miedo a quien será ese otro que cumple con lo que desea…

Lic. Roger Ficarra

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