EPISODIO I

Un mediodía cualquiera, el hombre sale de la Farmacia de Viamonte y Mitre. Mira con asombro a una camioneta negra inmensa. Más que camioneta grande parecía un camión pequeño. Vidrios polarizados, patente de este año.

El hombre se detiene un instante. La camioneta gira por Mitre y se estaciona en un amplio espacio entre el supermercado y la verdulería. De ella desciende, con cierta dificultad, una mujer rubia con gafas también polarizadas. La camioneta-camioncito es muy alta y debe bajar por un escalón. La mujer es joven. Usa un pantalón muy milimétricamente ajustado y zapatos con unos tacos altos. Cuando, por fin, logra pisar tierra firme, pulsa el botón del control remoto y todas las puertas del camioncito se traban.

El hombre se encuentra con un vecino y platican sobre el clima y demás cosas que siempre se hablan entre los vecinos. De reojo, advierte que la conductora entra al supermercado de la esquina. Mientras, otros vehículos comienzan a estacionarse detrás y delante de la camioneta. Casi ninguno respeta el espacio que debe haber entre los vehículos estacionados. La camioneta queda medio atrapada por delante y por detrás.

La mujer sale del supermercado con una bolsita pequeña. Destraba las puertas y acomete la ardua tarea de treparse a su camioncito. Una vez conseguido su cometido intenta salir del encierro que provocaron los otros autos. Esta maniobra le lleva unos cuantos minutos. Pero finalmente lo logra. Arranca y diez metros más adelante se vuelve estacionar frente a la carnicería que está sobre la acera de enfrente.

El hombre, un poco estupefacto, la ve descender nuevamente del alto vehículo con sus zapatos de tacos y todas sus dificultades. Entra a la carnicería y a los diez minutos sale con un paquetito. Tranquila emprende la dura gimnasia de regresar al camioncito.

Finalmente parte rauda hacia el oeste. El hombre se pregunta: ¿dónde irá a estacionar?

EPISODIO II

Domingo al mediodía. Los feligreses salen de la misa dominical. El hombre camina por Viamonte hacia el norte. A esa hora la calle comienza a padecer el trajín del tránsito de todos los que, a la salida de la iglesia, retornan a sus hogares. No es fácil cruzar la calle. Todos tienen sus prisas de domingo.

Al hombre le llama la atención que una camioneta 4×4 frene bruscamente justo frente a él. Observa. Justo donde supo estar “La Tasca”, el conductor de la camioneta descubrió un sitio donde estacionar su vehículo.

El hombre, que no es un hábil conductor, se detiene a mirar. Mentalmente calcula que la camioneta no puede entrar en ese hueco que dejaron dos autos. Sin embargo el muchacho (no tendría mas de treinta años) arremete con el desafío.

Atrás de su camioneta comienzan a formar fila todos los autos que venían detrás. El muchacho intenta una maniobra y fracasa. Así, la camioneta no encaja en el hueco.

La cola de autos llega hasta la Plaza. Los que quieren girar por Aguinaga no pueden. Algunos conductores, un poco nerviosos, comienzan a hacer sonar sus bocinas. Tal vez creen que el ruido acelera el tránsito. Los que están detenidos más hacia el norte no pueden apreciar la escena y seguramente imaginan que algo sumamente grave podría haber pasado.

El muchacho, impávido intenta la segunda maniobra. El hombre lo observa con algo de admiración. No le importan las bocinas ni el trastorno que está causando a todos los ansiosos domingueros.

Los vehículos detenidos ya llegan hasta la puerta de la Iglesia. Algunos peatones, junto al hombre, comentan este embrollo. Las bocinas intentan apurar el paso del tiempo.

Finalmente, el muchacho logra embocar la camioneta en el estrecho espacio disponible. No fue fácil, pero lo logró en menos de diez minutos.

El hombre se queda mirando para evaluar el resultado de semejante esfuerzo.

El muchacho baja de su auto feliz. Cierra la camioneta y entra al quiosco. A los dos minutos sale con un paquete de cigarrillos y una gaseosa. Se sube a la 4×4 y emprende, nuevamente, la difícil tarea de desencajar el vehículo de ese estrecho espacio.

Gabriel Gallar