En estos tiempos en que los loteos y barrios cerrados florecen como hongos, generando amores y rechazos por igual, es bueno recalar la atención en el primer emprendimiento de este tipo que se creó en nuestro pueblo, que nació basado en conceptos tales como  austeridad y vida sencilla; muy buena vecindad y alegre convivencia y mucho respeto por los legados de la naturaleza.

Por Adriana Sayavedra

Cuando don Luis Cerutti compró las casi ocho hectáreas del cerro en 1954 -casi un páramo por aquellos años-, con la idea de lotearlas para crear un barrio en el que varias familias pudieran vivir una vida plácida, seguramente se dio cuenta de que no iba a ser una tarea sencilla. Se trataba de un lugar apartado y casi inhóspito, sin agua, pero le gustó el desafío. Además contaba con el apoyo de su mujer . Mujer entusiasta quien, sin ser arquitecta, inspirada por la geografía del lugar, diseñó los famosos Hongos, esas casas octogonales que con su atípica forma se convirtieron casi en un símbolo del lugar y marcaron desde el principio la tónica del barrio: un lugar diferente.

Y es que se trataba del primer loteo privado de Chacras, un concepto bastante innovador por aquellos años, aunque bastante lejos de la estética de los barrios cerrados que hoy abundan por nuestros pagos.

Sucede que apenas compró los terrenos, don Luis comenzó a forestar con todo tipo de especies: pinos, cipreses, sauces y enredaderas que acompañaron muy bien a los olivos y eucaliptos que ya existían y aún hoy se conservan a la entrada. Toda una tarea si tenemos en cuenta que no contaba con el servicio de agua.

Quien lo explica es Luis Cerutti, vecino del pueblo e hijo del fundador del loteo.

“Subían por una cañería el agua del canal que pasaba por el costado oeste del loteo a la pileta de riego, que estaba en lo alto del cerro para que allí se decantara. De ahí la distribuían a la pileta de natación y a regar la gran cantidad de árboles”.

Con respecto al agua para tomar, los vecinos la iban a buscar con damajuanas al viejo surtidor público ubicado en calle Mitre, frente a la Estación de trenes, según cuentan los antiguos habitantes del lugar.

Para propiciar encuentros y momentos para compartir entre los propietarios, Don Cerutti construyó una gran pileta de natación –otra idea innovadora para la época y para un lugar sin agua- y una lindísima capilla. El problema fue que resultaron estar demasiado cerca una de la otra, según la cúpula eclesiástica de aquellos años. Y es que, según contaba Quitita Guillot, integrante de una de las primeras familias instaladas en el lugar, la capilla fue objetada por el obispo de entonces porque para llegar a ella, ubicada en lo alto del cerro, había que pasar por la pileta de natación. Dos espacios con lógicas diferentes. Así es que nunca se la pudo utilizar como tal. Don Luis se la vendió entonces a  la pareja de escritores Alfonso Solá y Graciela Maturo, quienes crearon allí su rincón en el mundo (Ver Correveidile N° 94).

Por aquellos años las únicas casas eran la de los Ferguson, la casita de madera del Dr. Stordeur, los Hongos de los Gullot, de los Stagni y el de los Arcaná; la de los Cáceres, la del Dr. Rodríguez y la de los Birmbaum. Con el tiempo, llegaron Angulo, quien compró un predio poblado de eucaliptus y Ventura, quien se instaló en una de las terrazas del Cerro.

El cambio importante llegó en 1960 cuando llegó el agua potable. Fueron Enrique Guillot y el ingeniero Módolo quienes realizaron las instalaciones en cada casa, lo que posibilitó que muchas familias se instalaran ya en forma permanente. Desde entonces el Cerro fue poblado todo el año, ya que hasta ese momento, por la falta de agua, sólo era habitado en el verano.

Hacia la izquierda de la entrada al barrio, estaba el lugar de las mesitas, donde los jóvenes de entonces se juntaban a jugar a las cartas, tomar mate y tocar la guitarra. Muchas parejas se hicieron allí, asegura Cecilia Guillot, nacida y criada en el lugar. Fotos Marcos Doña.

En la pileta del consorcio los vecinos disfrutaban de la placidez de la vida elegida. Las madres pasaban largas horas departiendo, mientras cuidaban a sus pequeños. Dora Van Gastel de Stagni con su José Luis. La chimenea que se ve atrás es de la casa de Don Antonio Aporta.

Una hermosa foto de la pileta por estos días, por Marcos Doña.

Nicolas Stagni ( parado) Dora Van Gastel de Stagni , Eloísa Galli, José Luis y Elsita Stagni con Don Remo Galli, en una de las dos galerías del Hongo. Hacia el Oeste, antes del Pedemonte, la última propiedad era La Agüita. Gentileza José Luis Stagni

Tomas y Rosendo en el Cerro San Luis - Foto Marcos Doña

Naturaleza viva en el Cerro San Luis - Foto Marcos Doña

Otra bella imagen de Marcos Doña