Medrano y Viamonte con su Piedra Pintada nos traslada a la calle que fue antes sendero de tierra y polvo y la calle de la gente con “coto” -bocio o problemas de tiroides- que caracterizaba  a la población por un cuello agrandado con una papada inmensa. La sal yodada y la medicina social barrieron esa vieja señal.

La esquina de Fundiola, estratégico lugar que mira a la plaza, solía oler a madera en el taller de carpintería de Silvano Savoy, el carpintero hacedor de escuelas, junto a la casa de la familia Boninsegna, cuya bodega y fábrica de aceite fueron barridas por una inundación, en el pasado.

La esquina de Viamonte y Mitre fue la Farmacia de la familia Lucena y luego de Lucero y durante muchos años, fue también el refugio de nuestro querido Grillo, el borracho- lustrador más querido del pueblo.

El viejo y cordial perfil de Don Narciso Chantire se asoma en el recuerdo, en la esquina de Mitre y Viamonte, opuesta a la farmacia. Dueño de  un cambalache ferial de desorden y diversidad, en su almacén no faltaba nada. El incendio de una noche de fuego lo borró para siempre.

La esquina de la Virgen conserva la imagen de la Madre de Dios que mira a una de las  esquinas más singulares en mi opinión: El Almacén de Vinos “Lo Biglieri”

Este sitio ha sabido homenajear la identidad del lugar construyendo algo nuevo pero siguiendo lo paradigmas de antes. El mostrador tiene la altura de apoyo de los viejos mostradores del boliche Jelasich en Viamonte y Mitre, donde solían atar el caballo en el poste de la puerta para apurar adentro algunas ginebritas,  “hace tiempo y a lo lejos”.

El mural Sosa-Bacarelli  en su esquina,  refresca el recuerdo de los bizcochos Canale,

de nuestra infancia, clásicos y eternos y nos retrotraen a la vieja parada de ómnibus de la Cita, el ómnibus local de nuestros tiempos de estudiante, parada que usábamos en oscuras y frías mañanas  de invierno, porque allí conseguíamos asiento y no así en la parada de la Plaza.

En este lugar se respira la cordialidad y la personalización en la atención al público como en los viejos tiempos en que los parroquianos o clientes charlaban sin apuro, sobre vecinos, novedades y por qué no, últimos chismes de la semana cuando el tiempo transcurría, no se consumía, devorado por la prisa… 

Seguramente hay muchas esquinas más, muchos rincones todavía guardando ayer.

Seguramente también todas ellas, todos ellos retienen y guardan mucho del asombro que identifica al lugar.          

                                                                                 Onelia Cobos