Cuando las palabras duelen. Decir ¡adiós! a la mentira vana y hacia otras playas dirigir el vuelo… José Asunción Silva.
Por Mercedes Fernández – Escritora
Hoy el cielo está gris como una muchacha enferma. Hoy, todo es quietud: un artista se fue. Pepe Martí, para los amigos; José Martí para quienes lo conocieron como hombre de la cultura mendocina, ha partido. Le llegó el momento tan temido de la partida final. Dicen los que tal vez saben, que para quien se va le llega la hora de desenrollar las alas, de expandirse, de soltar amarras. Pero quienes quedamos expectantes ante la desaparición física, somos los que lo conocimos como amigo y como artista.
Una de las cosas más tristes y amargas de la vida es tener que decir adiós, palabra maldita si se quiere. Esto no es un adiós, Pepe querido. Esto es un gracias o más bien un hasta luego. Pero aunque las palabras duelen, las palabras sanan, las palabras pueden ayudarnos a explicar lo que sentimos ante una pérdida. Porque las despedidas no son para siempre. Las despedidas no son el final. Simplemente quieren decir: te echaremos de menos hasta que nos encontremos de nuevo. No existen las despedidas porque jamás te irás del todo, Pepe, porque allí donde estés nos mirarás sabiendo que nos dejaste los ojos cargados de formas y colores.
Y nosotros miraremos hacia arriba donde los álamos bailan y se mezclan en el aire del verano. Nos quedaremos en este valle cuya brisa te sedujo hasta el apasionamiento y desde niño te empecinaste en pintar el aire mendocino, los patios de tierra, las flores del cardón, los cielos lujuriosos de estrellas, los perfiles de la cordillera sin la que no somos nada. He intimado con miles de cosas tristes, pero esta despedida es muy dura. Tener que decir adiós a alguien que, como Pepe Martí hizo de la amistad un altar, que sonrió siempre ante la felicidad o ante la adversidad, que fue un hombre con principios contundentes, agrega la congoja de saber que no volveremos a escuchar aquella risa reconocible ni a escuchar el candor de bromas chispeantes.
José Martí, nació en Mendoza en 1930, vivió gran parte de la vida en Las Heras junto a Ofelia, la gran compañera del artista, y Hugo Y Sandra, dos hijos que siguieron el camino del arte. Entrar al círculo de la familia Martí era asistir a un hogar en el que el arte se vivía en cada rincón de la casa.
El mismo Pepe decía emocionado y con la vista perdida en incontables anécdotas del largo camino de artista y en los recuerdos de su extensa carrera, decía, repito, que para él “pintar era respirar”. Y lo señalaba muy frecuentemente como una lógica frase que lo describía como un pintor orgulloso de ese quehacer.
José Marti egresó de la Academia Provincial de Bellas Artes en 1963 con el título de Profesor de Dibujo y Pintura. Fue docente y gestor cultural. Entre los años 1983 y 1985 se desempeñó como director del Museo Provincial de Bellas Artes “Emiliano Guiñazú”Casa de Fader y entre 1985 y 1987 fue responsable de Cultura de la Provincia. Además, cuentan entre los antecedentes destacados, más de dos centenares de muestras en el país y el exterior.
“Mis obras tienen mucho color y textura, porque el paisaje es brillante y se compone de múltiples formas”, dijo Martí en ocasión de un homenaje a la trayectoria como gestor cultural y como artista plástico que le hiciera la comuna lasherina en 2018. Es que las naturalezas elegidas del paisaje natural eran resignificadas por él en obras que expresan la entidad y los sentires de una acuarela, material que le era muy afín. Martí vivía la sensualidad del paisaje, lo escarbaba, lo profundizaba, lo percibía. Y esas experiencias para él vitales, fueron traducidas en lo que nos deja: el legado claro de un lenguaje muchas veces figurativo, muchas veces abstracto, rebosado de formas, matices y tramas.
¿Qué decir? ¿Que la vida sigue? ¿Que esto estaba ya establecido porque el tiempo es nuestro dueño? ¿Que ahora quedan los pinceles, los pomos, las obras a medio hacer, la incomparable y prolífica obra que tamizó la vida de nosotros, quienes gozamos de ella? Estas preguntas me las hice cuando nos dejara José Scacco. Y me parecen pertinentes ante la conmoción de que nuestro (porque ya nos pertenece a nosotros, los diletantes de la belleza, los que nos detenemos para modificarnos ante una obra de arte) nuestro Pepe Martí ya no está. Pertinentes porque ambos fueron grandes amigos. Y pertinentes porque las palabras se escapan ante la muerte de un artista.
Adiós, Pepe. No, mejor, hasta pronto, amigo. Gracias por haber decidido desde pequeño ser un artista y retratar el mundo con óleos, acrílicos e incomparables acuarelas. Porque mirar un cuadro tuyo nos hará ser mejores. Y pensarte por ahí, en algún lugar eterno, nos abrigará al sentir que la muerte es apenas el olvido. A los artistas no le les olvida jamás porque siempre quedan en la obra. Y allí encontraremos siempre, definitivamente, inexorablemente, en los cielos traslúcidos, José Martí, que una vez decidiste, para felicidad de quienes nos detenemos ante tu obra, que el arte era el mejor camino a seguir.
“Yo soy la Luz, dijo la muerte, y sin embargo temen los hombres encontrarme. Yo soy la misteriosa soñadora que los espacios abre”, dijo el gran poeta José Asunción Silva. No hay más para agregar. Cerremos las ventanas. Que callen los pájaros un instante. Que las estrellas esta noche irrumpan en silencio. Que la “misteriosa soñadora” te acompañe en este viaje, amigo.
Con muchas distinciones a lo largo de su carrera artística, se destacan en 1967 el Premio D’Accurzio, el Salón Primavera de San Rafael; en 1972, Primer Premio del Salón Nacional Exequiel Leguina, “Mejor paisaje campiña argentina”; en 1975, Primer Premio Pintura de la Bienal Municipal de Capital; en 1976, Escudo de Arma de Guaymallén; en 1985, Primer Premio del V Salón del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Mar del Plata, además de innumerables convocatorias a muestras en toda Latinoamérica.
Sus obras permanecen expuestas y en colecciones de varios países del mundo como México, Cuba, Brasil, Holanda, entre otros. En 1969, Antonio Lozano escribió sobre su obra: “Es un frenesí de color que domina e invade al espectador, con la sensación más pura del juego cromático”.