Archivo | mayo 15th, 2024

Democracia en crisis -->

Democracia en crisis

Dr. Alberto Montbrun

Universidad Nacional de Cuyo

alberto.montbrun@gmail.com

Desde que Latinobarómetro –una reconocida organización de análisis de opinión en América Latina– publica sus resultados anuales desde hace alrededor de tres décadas, la Democracia aparece, por primera vez, pero por sexto año consecutivo, con menos del 50% de apoyo en la opinión pública, y bajando. El dato, en vez de desalentarnos, debe ser un desafío para quienes hemos decidido vivir conforme a sus valores: tolerancia, libertad, comprensión del otro, respeto. Las opciones son los populismos de izquierda o derecha y esos, te los regalo.

¿Por qué la gente está dejando de apoyar a las democracias, en tanto sistema preferible de gerenciamiento del desorden, el conflicto y la convivencia? ¿Por qué se inclina hacia populismos de derecha o izquierda que, en definitiva, son muy parecidos?  Sin dudas las razones son múltiples y están expuestas en innumerables trabajos y publicaciones de los años recientes, aunque el “malestar con la democracia” es una expresión que data por lo menos de la década del 50 y es atribuida al economista austríaco Joseph Schumpeter.

La primera y básica razón por la cual la democracia no es valorada positivamente por crecientes porcentajes de la población es su incapacidad para resolver los problemas y demandas de la gente. De la gente común y corriente. Al mismo tiempo se contrapone groseramente a la ostentación y el lujo de los líderes políticos y entonces ya la mezcla resulta difícil de tolerar.

Las caracterizaciones de la crisis de la democracia no dejan de señalar, entre otras, la grosera ineficacia de los gobiernos que elegimos para resolver o encauzar nuestros problemas; la escasa representatividad de los líderes, en su inmensa mayoría desconocidos para el gran público pero eternizados en los cargos; las emocionalidades exacerbadas que llevan a peleas permanentes, desgastantes e inútiles mientras cae la calidad de vida, expresada en términos de vulnerabilidad, pobreza, indigencia, trabajo precario, etc.; la frecuencia extrema de las elecciones, que al hacerse cada dos años no auspician políticas de mediano y largo plazo y en cambio ofrecen respuestas simbólicas o epidérmicas;  la emergencia de minorías intensas con reclamos sectoriales acotados pero con capacidad de alterar y presionar con eficacia al sistema político; la ignorancia –tanto de los públicos como de los líderes– de la complejidad de los problemas actuales.

A ello debe agregarse la cadena perversa de “clientelismo – gasto público – déficit fiscal – endeudamiento – emisión – inflación (propia en su momento de muchos países, no sólo el nuestro)” y, por encima de todo, la corrupción que abarca intersticialmente todos los niveles del Estado, la academia y la sociedad.

Para agravar aún más el cuadro de desesperanza que parece crecer en nuestros colectivos sociales, aparecen problemáticas que, por su naturaleza, exceden largamente la extensión o la capacidad de respuesta de un país y se extienden  globalmente por encima de fronteras y continentes, como el tráfico de drogas y de personas, el calentamiento global y el poder de las corporaciones financieras y los medios de comunicación.

En ese contexto, el rechazo del Senado de la Nación al Decreto de Necesidad y Urgencia Nº 70 del Presidente Milei, no debería ser percibido desde una perspectiva negativa. Está claro que sus modos y actitudes, aunque le reditúen en apoyos en la opinión pública, no auspician precisamente entendimientos o acuerdos, algo que resulta esencial a las democracias. Sin embargo se pueden señalar datos positivos: el decreto – que más allá de reparos formales contiene aspectos altamente favorables a nuestra población – sigue vigente y en la Cámara de Diputados será más difícil voltearlo ya que es un cuerpo que Cristina no controla. El apoyo de los gobernadores radicales y del PRO al DNU indica un camino de posibles acuerdos una vez que se resuelvan las dos cuestiones más críticas hoy en debate: la fórmula de movilidad jubilatoria y la reposición del impuesto a las ganancias. Sí llamó la atención la actitud aislada de Martín Lousteau, presidente de la UCR, uniéndose al kirchnerismo. A mi juicio debe entenderse como una estrategia propiamente local relacionada con la elección del año que viene. No obstante indica a las claras lo desarmada que está la Unión Cívica Radical en este momento.

No puede haber democracia sin diálogo, negociación y acuerdos. De lo contrario todo queda regido por el fanatismo y la búsqueda de la destrucción del “otro” en el agrietado escenario heredado del kirchnerismo. Es esencial no olvidar que, más allá de discusiones estériles e inconducentes, la democracia argentina está construida sobre miles y miles de cadáveres destrozados en los campos de concentración de la dictadura y no puede ser que esas personas se hayan muerto para que una oligarquía partidocrática corrupta e ineficiente se apodere del poder político del Estado, se llene de dinero y no tenga la menor idea de cómo mejorar nuestra calidad de vida.

Es hora de que la política comience a asentarse sobre valores republicanos y, entre ellos, la tolerancia es quizás el más importante.

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