Por Carlos Campana
Todo comenzó en un mes de febrero de 1928, cuando por iniciativa de un italiano llamado Umberto Ricco, se organizara el primer viaje en micro turístico hacia el Cristo Redentor.
Era una idea bastante descabellada pero que podía ejecutarse porque lo que sobraba era coraje y ganas por realizar esa osada aventura.
La ruta no era de lo mejor para realizar la travesía, ya que se debía cruzar por angostas y empinadas sendas.
Una pasajera muy particular
Al conocerse la noticia del tour, comenzaron a conocerse los nombres de los viajeros que participarían en aquella empresa.
El que más llamó la atención fue el de la poetisa Alfonsina Storni, quien estaba pasando unas vacaciones en nuestra provincia.
Cuando la joven se enteró del viaje, aceptó la idea con gran entusiasmo. Su decisión generó polémica y dudas sobre el final del viaje en micro. En la sociedad machista de ese tiempo, sus detractores argumentaron una infinidad de excusas para que Alfonsina no fuera pasajera. Se decía que “se exponía a un grave riesgo” porque transitaría por senderos que corrían por cornisas a miles de metros del nivel del mar, al borde de impresionantes precipicios; que aquel no era “un viaje para una mujer…” y hasta que era un año bisiesto. Pero todos los intentos por amedrentarla fracasaron. Alfonsina insistió y el 28 de febrero de 1928, con un vestido hasta los tobillos, un fino tapado largo de color negro y un sombrero de ala ancha –al estilo gardeliano– estuvo lista para iniciar el viaje.
A cada uno de los miembros de la expedición el pasaje le significó una inversión de cincuenta pesos, bastante dinero para aquella época.
Los espero en el check point
El día señalado, a las seis de la mañana, de la intersección de la avenida San Martín y Coronel Díaz, de Ciudad, salió la expedición.
El primer punto importante del itinerario fue la plaza departamental de Las Heras, para luego subir en dirección al cerro de la Cal y seguir hasta la bifurcación del camino de Villavicencio y el ingreso a la magnífica Quebrada del Toro, con un espectáculo de ríos secos y la incomparable Garganta del Diablo. Fue en ese lugar donde el amanecer tiñó de rojo al precario vehículo. La osada mujer casi no hablaba y admiraba todo. Los demás miembros del grupo comentaban los detalles de los vericuetos del camino.
El chofer, Umberto Ricco, aún no comprendía que estaba trazando un hito en la historia de Mendoza y de la cordillera de los Andes.
Al llegar a los 3.000 metros, en Los Paramillos se realizó la primera pausa para luego iniciar el descenso. Los pasajeros comentaban sobre las minas de plata y las araucarias petrificadas de Darwin mientras llegaban a la vieja estancia de Uspallata. A partir de allí comenzaba la etapa más dura de la travesía. Costeando el río Mendoza, el micro alcanzó Ranchillos y Picheuta.
El conductor enfrentó las pronunciadas subidas y los bruscos descensos que le marcaba la senda, que solo era una huella pedregosa. El próximo punto era la pequeña población de Polvaredas. Cabe destacar que por aquel tiempo no pasaba el Ferrocarril Trasandino por las viejas y pequeñas instalaciones de esa localidad, ya que ese tramo se construyó en 1943 luego de nueve años de inactividad por el aluvión de 1934. Mientras tanto, la joven Alfonsina admiraba la inmensa naturaleza.
Para el intrépido conductor no fue fácil ascender al cerro Amarillo, ya que tuvo que realizar infinitos zigzags y maniobras para seguir el rumbo. Después de varios kilómetros de recorrido la expedición llegó a la confluencia de los ríos Vacas, Cuevas y Tupungato. No quedaba mucho para llegar al Puente del Inca, sitio en donde finalizaba el primer día de viaje.
Los viajeros se alojaron en el hotel de esa localidad y después de almorzar, realizaron un recorrido por el puente natural. Luego llegó la hora de la cena, en la que los personajes realizaron comentarios sobre la primera jornada.
Un viaje a 4.000 metros
A las 5 de la mañana del miércoles 29 de febrero se inició el ascenso a Las Cuevas. Al cruzar el río Horcones, Ricco paró el micro para que Alfonsina y los viajeros divisaran el cerro Aconcagua. Ella no hizo ningún comentario, pero quedó impresionada por la imponente belleza del Coloso de América.
Ya en Las Cuevas, pasaron por las oficinas del Correo, la Aduana y el destacamento de Policía para realizar los trámites migratorios. Al finalizar, el pequeño transporte colectivo emprendió el dramático ascenso hasta el Cristo Redentor.
El camino era sinuoso, con más de cuarenta curvas. Había que efectuar varias maniobras para girar en la serpenteante huella que estaba sólo habilitada para carruajes tirados por caballos. En la cumbre, a 4.200 metros sobre el nivel del mar, los viajeros se detuvieron un largo rato y en el Cristo aprovecharon para sacar algunas fotografías. Alfonsina se negó a posar, pero por casualidad y sin que se diera cuenta quedó retratada en una panorámica. Luego de visitar la cumbre se realizó el descenso hasta la localidad chilena de Los Andes, en donde tuvieron que enfrentar los vericuetos del camino sobre la cordillera chilena que finalizó a las 13.30 de aquel día. En ese momento se inició la historia de lo que hoy conocemos como el turismo cordillerano de alta montaña en Mendoza.