Domingo R. Godoy
Economía Social
Con los gratos resabios de un campeonato ganado aún vigentes en nuestras memorias, enfrentamos un año que pretendemos, sea mejor que los anteriores. La exigencia (valga la obvia aclaración) es por las perspectivas de las contiendas electorales. Una vez más posamos nuestra esperanza de progreso grupal, pero sobre todo individual.
Lo que focalizamos como deseable es la mejora política y económica. Los que piensan más sustancialmente, lo hacen por más encomiables fines como: la familia, la salud y la mejora educativa y cultural…pero, interpretamos que la mayoría espera virajes económicos-financieros y políticos.
En tal sentido, antes de ser absorbidos por la vorágine de diversos intereses, creemos que puede ser útil reflexionar hoy sobre el acontecer cercano, sobre los orígenes profundos de las propuestas; sobre la visión de la realidad; del pasado (mediato e inmediato) y de las consecuencias a futuro de nuestras decisiones.
Fieles al estilo, centraremos nuestra propuesta en lo fundamental, en lo esencial a lo propiamente humano y en la experiencia secular de las derivaciones de su aceptación y de su rechazo. Vale decir, descartar “más de lo mismo”. Lo hacemos hoy, basándonos en los esfuerzos intelectuales de registrados sabios a nivel universal , como Chesterton[1] y Belloc.
Vale la pena recordar que la “modernidad”, expresada en estos últimos tres siglos de la humanidad y que tanto irritaban a Belloc y Chesterton, presentaba esa manía dialéctica de enfrentamiento entre individuo y sociedad. A nuestro criterio, es una de las bases de los problemas que hoy tenemos y sostenerla, es el riesgo de mantener la imposibilidad de aplicación de medidas para mejorar. Se ha planteado la alternativa entre, afirmar la libertad individual evitando el carácter solidario de los seres humanos vs la permanencia unida a otros hombres renunciando a toda libertad individual, estatalmente “custodiada”.
Dicho de otra manera, la disyuntiva es socialismo o liberalismo. La modernidad pretende afirmar uno de los dos extremos: libertad o sociedad.
Debemos reconocer con estos grandes autores que las personas son libres, pero también sociales. No es necesario, para afirmar el yo, destruir el tú. Un estudio serio de tipo antropológico debe rescatar a fondo la realidad del ser humano. Se espera de ese ser humano, no una fragmentación o una unificación rígida. O individual o social; sino una armónica complementariedad.
Basado en esa solidez de la dignidad humana, Chesterton y Belloc propusieron – en los finales del siglo XIX- el distributismo: la justa distribución de la propiedad privada como condición necesaria para garantizar el desarrollo, la libertad y la dignidad de la persona humana…y adherimos a la misma; más cuando al hablar de justicia se expresa el indispensable componente ético de la economía.
A muchos les sonará peligroso, cuando no excesivo, lo de “distribución” y harán hincapié en el término cual riesgosa advertencia, cuando en realidad lo que deben entender es que lo privado no es absoluto; como tampoco lo es lo estatal. No hay que caer en el facilismo de la denostación de personajes políticos, que escudados en esas palabras (justicia distributiva), accionaron contra la propiedad privada en forma indiscriminada e irracional; que promulgaron regulaciones o las impulsaron para frenar los derechos personales o para aumentar los excesos estatales.
La justa distribución, lógicamente es una implementación que debe ser promovida oportunamente por personas prudentes que buscan el bien común, respetuosas de esa eticidad componente de la economía y de los derechos personales e impulsoras de equitativas acciones solidarias, interpersonales a nivel comunitario.
Valga así el atisbo de una propuesta completa: distributismo, pero promovido e implementado por prudentes, buscadores de: la equidad, el bien común y de un estado presente y subsidiario. De esta manera podremos, inicialmente, contar con la base para un programa esperanzador y a la vez identificar el perfil deseable de nuestros próximos candidatos.