El 12 de diciembre de 1968 es una fecha histórica para el boxeo argentino porque recuerda la consagración de Nicolino Locche (1939–2005) como campeón mundial de la categoría medio mediano liviano -límite 63 kilos 500 gramos- al derrotar al hawaiano nacionalizado japonés Paul Takeshi Fuji en Tokío, Japón. Épica victoria por abandono que conmovió al país y que llenó de orgullo a Mendoza donde días después se le brindó un recibimiento apoteótico. Título ecuménico que alcanzó luego de valiosos pergaminos frente a adversarios de la talla del brasileño Sebastiao Nascimento, el puertoriqueño Carlos Ortíz, los norteamericanos Lagnston Carl Morgan y Joe Brown, el italiano Sandro Lopópolo y el panameño Ismael Laguna en el orden internacional y Jaime Giné, Vicente Derado, Abel Laudonio, Ubaldino Escobar, Omar Gotifredi y tantos otros a nivel local a lo largo de una trayectoria que inició como profesional allá por 1963 bajo la tutela, sapiencia e inteligencia del eterno maestro Fernando Francisco Bermúdez , el inolvidable Don Paco.
Aquella noche de magia y encanto del 12 de diciembre de 1968, con más vigor y astucia que nunca, en la que ante el asombro de su comitiva se permitió el lujo de dormir la siesta y se despertó una hora antes de la pelea y en la que rompió los avisos que el locutor Norberto Palese, más conocido como Jorge Cacho Fontana, debía leer por si era derrotado, Nicolino se defendió atacando fiel a su estilo y con el mejor estado físico de toda su carrera. En un colmado estadio Kuramae Sumo que confiaba en la victoria de su crédito, dejó sin visión a Fuji, aturdido y exhausto, con los pómulos hinchados y sangrando, desgastado y sin fuerzas, impotente, ya sin convicción y sin energías. Aquel temible “samurái” con fama de ser un luchador invencible, un rival acaso torpe pero muy potente, hosco, duro y agresivo, había sido dominado técnica y psicológicamente, derrotado y humillado ante su público. Fue al término del noveno round y antes del comienzo del décimo que el comentarista de radio Rivadavia, Ernesto Cherquis Bialo, que compartió la trasmisión con el relator Osvaldo Caffarelli, con su intuición periodística de tantos años se adelantó a los hechos y dibujó en el éter las palabras más hermosas que podían escucharse: “si en este momento le preguntan a Fuji si quiere seguir o irse de este infierno, estoy seguro que quiere irse”. Fue el final porque Fuji ya no pudo salir de su rincón. Con Nicolino en agradecido llanto en andas de su sparring, otro mendocino muy querible como lo fue Juan “Mendoza” Aguilar, y del promotor del Luna Park, Juan Carlos Tito Lectoure, que lo quería como un hijo al igual que “Don Paco”, verdadero artífice de que aquel combate pudiera hacerse ante el Consejo Mundial de Boxeo.
Lolo recuerda
El hijo varón de Nicolino, nuestro vecino Felipe Nicolino, Lolo, recuerda que él tenía siete años de edad cuando su papá conquistó la cima del mundo y que entonces con su familia -madre Ana María y sus hermanas Ana María y Nancy- residía en el Barrio Aeronáutico de Las Heras. Lolo comenta que hasta allí llegó la feliz caravana que acompañó al “Intocable” desde el aeropuerto El Plumerillo. También nos cuenta que luego se fueron a vivir a la calle Chubut y más tarde a la calle Pueyrredón de Chacras de Coria, en 1970. Según agrega fue justamente en Chacras donde también se le tributó un gran recibimiento en 1972 pese a que en Panamá había perdido el título ante Alfonso Pepermint Frazer. En esa oportunidad como si hubiera ganado la gente salió a las calles con banderas argentinas para agradecer al Intocable todo lo que había hecho por el boxeo. Desde Correveidile lo recordamos hoy con el respeto, la admiración y el cariño de siempre.
Por José Félix Suárez – Especial para Correveidile