Hoy 12 de diciembre se cumplen 53 años del día en el cual el Mendocino Nicolino Locche se consagró campeón del mundo de peso medio mediano liviano. Fue en el estadio Kuramae Sumo de Tokio ante el hawaiano nacionalizado japonés Paúl “Takeshi” Fujii, quien exhausto y sin visión periférica por los hematomas en sus ojos y pómulos, prefirió quedarse en su banquillo y no salir a combatir hacia el 10° asalto.
Sin exagerar puede decirse que nuestro vecino Lujanino Rodolfo Braceli es el máximo conocedor de Nicolino Locche: fue su amigo, le hizo más de diez reportajes, en 1968 escribió el guión y dirigió un mediometraje sobre y con Nicolino; incluso lo enfrentó con guantes en cuatro rounds, para descifrar qué se siente frente al inapresable Intocable.
El único torero sin banderillas. Aquel que encarnaba el humor de Chaplin, el celebrador de la vida como Zorba el griego, el Gandhi que impuso en el mismísimo ring la alegría de no violencia.
“Nicolino lo primero que hizo fue nacer, hizo bien. Su madre, pariéndolo, rompió el molde y la máquina de hacer moldes. También él rompió el molde arriba del ring. En el siglo de los genocidios y en el deporte donde se premia la destrucción llegó a campeón del mundo haciendo todo lo contrario de lo que se premiaba arriba y abajo del ring: doblegó a la violencia, sin violencia”, sostiene Braceli.
No existe en la historia del deporte mundial otro ejemplo de “éxito” de la no violencia como el que Locche consumó. Transgredió lo que el sangriento boxeo y el mundo coronan. Él no vencía por puntos ni por nocaut, vencía por persuasión. Nuestro Intocable fue arrojado a los leones, ante una multitud sedienta de sangre. Fue arrojado, y ¿qué hizo? Nicolino no huyó, ni intentó matar a las ávidas fieras: Nicolino, campante, se puso a conversar con los leones.