Se llama “Don Pedro” en homenaje a quien cuida de su tierra y de la siembra. Un grupo de vecinos pensó en este modelo colectivo para compartir los milagros del trabajo en equipo y las bondades de la naturaleza.
Por Victoria Molina y Carlos Pincolini
Hoy, cuando las pantallas parecen invencibles y la tecnología nos bombardea, aún es posible encontrar momentos que seguramente en un par de décadas serán historias de vida y llenarán de emoción y nostalgia a más de un corazón. Depende de los adultos generar estos espacios y promover hábitos saludables. Dicen que lo que se escucha se olvida y que lo que se hace es lo que realmente se aprende..
Será por eso entonces que surgió esta hermosa idea: crear una huerta en el barrio. Sí, una huerta en el medio del barrio, de todos y para todos. ¿Dónde? En un terreno que generosamente fue prestado para ello. ¿Cómo? Con el compromiso de quienes creen que este tipo de proyectos son impulsores de cambio.
Y entonces, en noviembre de 2020 se colocó el cierre, se armaron canteros, se llenaron de tierra, se sembró y plantó. Allí estuvieron entonces los vecinos, grandes y chicos, quienes con ganas y expectativas se sumaron a esta maravillosa idea: la de cultivar la tierra, cosechar la siembra y valorar la naturaleza.
Y fue el turno de los niños, quienes con lo que tenían en casa armaron un espantapájaros, infaltable en la huerta, y también los carteles para indicar los canteros, tareas que significaron momentos de alegría y cooperación.
También estuvieron presentes aquellos que saben y pueden orientar, como el ingeniero Geroni, que aportó sus conocimientos, semillas y plantines. Y como Don Pedro, gran hacedor de la tierra, trabajador incansable, voluntarioso y comprometido. Él, llegando a diario en su bicicleta, supo guiar, cuidar y preparar este mágico espacio, donde niños y grandes se reúnen y aprenden no sólo a sembrar, a cosechar “como se debe” y a regar, sino también a valorar la tierra.
Y así “la huertita de Don Pedro”, en honor a quien día a día la riega y cuida, es un espacio común para cuidar, disfrutar, aprender y descubrir que es posible una alimentación más sana, consciente y sustentable.
Los vecinos se organizan para regarla y limpiarla, y se reúnen para sembrar y cosechar, siempre en compañía de quienes saben del tema, para ir aprendiendo, ayudar y transmitir a los más pequeños el valor que tiene esto. Porque son estos momentos, recuerdos de su infancia, los que guardarán, sin saber, como tesoros. Y con los años, esta huertita de la que fueron parte, seguramente se convertirá en un pedacito de la historia de cada uno.
Y para seguir valorando nuestra tierra y cultivando los pequeños hábitos saludables,
el día viernes 2 de abril, bajo el tibio sol otoñal de Mendoza, una veintena de niños, vecinos todos, acompañados por sus padres y algunos abuelos se reunieron para hacer “la pisada de la uva”. Y así, entre risas, inocencia y mucha curiosidad, los casi cuarenta piecitos dejaron atrás los miedos y angustias del año que pasó, la incertidumbre de la pandemia que aún atravesamos, y fueron esos piecitos los que al ritmo de un malambo, llenaron de esperanza, alegría y emoción a los adultos presentes.
Nada pudo ser más perfecto en esa jornada: la uva colocada en un impecable contenedor, en el marco de una viña centenaria -una de las más antiguas de esta tierra seguramente- iba de a poco derramando su exquisito jugo. Los presentes, bajo la mirada imponente de nuestra Cordillera, llenaron sus botellas para luego disfrutar de la delicada bebida en sus hogares.
Padres orgullosos, abuelos emocionados y niños felices atesorarán esta jornada para siempre. ¿Qué más se puede pedir? Nada. Solo queda agradecer. Agradecer a la naturaleza y a que aún existen lugares para vivir en donde los vecinos pueden reunirse y compartir en familia.