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Alejandro Lavorante: “El boxeador que sonreía demasiado”

Este material es el séptimo trabajo literario editado del periodista y escritor Rolando López, que fue impreso por Ediciones Culturales de Mendoza del Ministerio de Cultura y Turismo en julio de 2020.

Por José Félix Suárez  -  Especial para Correveidile

“El boxeador que sonreía demasiado” permitió rescatar del olvido después de casi 60 años a Alejandro Tomás Lavorante, el pugilista mendocino que desde fines de los 50 hasta comienzos de los 60 dio todo para ser campeón del mundo en la sanguinaria categoría de los pesos pesados en Estados Unidos. Incluso su propia vida, porque quedó inconsciente con muerte cerebral luego de su última derrota en aquel país donde desarrolló su meteórica carrera, el 21 de septiembre de 1962, frente al norteamericano John Riggins, que lo puso knockout en el quinto asalto con una andanada de golpes que dieron de lleno en la cabeza de Lavorante.

Alejandro, con coágulos de sangre en el cerebro, se desplomó para siempre y murió tras una prolongada agonía de18 meses, el 1 de abril de 1964, cuando su cuerpo ya había sido traído de regreso a su Mendoza natal, donde había nacido en el departamento de Godoy Cruz el 20 de octubre de 1936. Tenía entonces 27 años y pese a las operaciones y cuidados que recibió, nunca salió de su coma boxístico.

Dividido en 14 capítulos, que el autor que fuera jefe de la sección Policiales del diario Los Andes califica como “rounds”, el libro es una completa y prolija biografía novelada, consecuencia de una exhaustiva investigación de varios años, que a través de 240 páginas recorre paso a paso la vida familiar, deportiva y sentimental de aquel hombre de 96 kilos y 1,94 de altura. Fuerte, muy buen mozo, respetuoso y educado, tenía la costumbre de sonreír en el duro y violento mundo de la máxima categoría del boxeo mundial. En Estados Unidos provocó el fenómeno de convocar al público femenino a sus peleas como nunca antes había ocurrido con ningún boxeador, por ser ese galán que respondía con una dulce sonrisa y a quien la prensa especializada señalaba como “el lindo que pega fuerte”.

La obra de López con un relato ágil, entretenido, pleno de matices, situaciones y diálogos, registra  un Lavorante más bien tímido e ingenuo, de buen corazón y sin rasgos de maldad, pese a que tenía que ganarse la vida a los golpes sobre un cuadrilátero, y fue elogiada a nivel nacional por medios como La Capital de Rosario o Página 12.

La familia

Contrariamente al origen de la mayoría de los boxeadores que provienen de la calle, el hambre y la pobreza, Alejandro pertenecía a una familia de clase media: su padre Alessandro, italiano, su madre Lidia Ugarte, no se despegó de su lado en los 18 meses de agonía, y sus cuatro hermanos: José María, Lidia, Juan Antonio y Félix (Alejandro era el mayor).

Don Alessandro fue quien influyó para que se dedicara al boxeo luego de una breve etapa como jugador de básquetbol en las inferiores del club Atenas, aunque muy de chico también le había gustado el ciclismo. El padre, como carpintero que era, le construyó entonces un ring reglamentario para que entrenara en una casa de la calle Agustín Alvarez, donde se había mudado la familia al dejar el hogar de la calle Colón frente a la plaza de Godoy Cruz.

Dos de sus hermanos, Juan Antonio (Lalo) y Félix, cuentan distintos episodios de la vida de Alejandro, al que de niño apodaban “el Gringo”. También hay testimonios de su agente financiero y relatos sobre su paso por el Regimiento de Granaderos a Caballo. donde se lo eligió como modelo para una tapa de la revista Leoplan en febrero de 1958.

Los comienzos

En sus inicios, Alejandro resultó campeón argentino amateur de la división pesado y campeón militar cuando estuvo bajo bandera. Recomendado por Pascual Pérez (el mosca mendocino   que en 1954 le dio a la Argentina el primer título de campeón mundial y que también resultó campeón olímpico en 1948) viajó a Venezuela y en un gimnasio de ese país lo descubrió Jack Dempsey (campeón mundial de peso pesado entre 1919-1926), que había llegado como jurado de un torneo internacional de lucha libre y que seleccionaba peleadores de catch para llevar a Estados Unidos, donde lo recomendó a Paul “Pinky” George, que se convirtió en el manager de Lavorante y es el otro personaje principal de la novela.

En sus comienzos Lavorante se encontró también con la propuesta del mismísimo Frank Sinatra,  que intentó seducirlo sin éxito como gancho o carnada para la asistencia femenina en los casinos y night clubs que regenteaba en Las Vegas.

El final

Desde su debut profesional en Estados Unidos el 22 de setiembre de 1959, donde derrotó por KO en el tercer round a Dean Bogan hasta el 29 de diciembre de 1961, había ganado 18 de 20 combates (14 por KO) y registraba solo dos derrotas ambas por puntos: Roy Harris en 1959 y George Logan en 1961. Con un triunfo espectacular ante Zora Folley, que estaba tercero en el ránking mundial en 1961, posición que pasó a ocupar Lavorante.

En poco más de dos años su familia lo había visto solo una vez cuando el 26 de noviembre de 1960 enfrentó a Kid “Tutara” Giorgetti en el Luna Park, al que venció por puntos la única vez que peleó en la Argentina.

Su manager “Pinky” George esperaba que 1962 fuera el año de la esperada pelea con el campeón Floy Patterson pero dos durísimas derrotas fueron el comienzo del fin: el 30 de marzo de 1962 luego de una dura paliza perdió por KOT en el décimo round ante Archie Moore y el 20 de julio de aquel año cayó por KO en el quinto asalto  frente al ascendente Cassius  Marcelus  Clay, que luego tomaría el nombre de Muhammad Alí, considerado el mejor boxeador de todos los tiempos.  La tercera caída consecutiva fue el 21 de septiembre contra John Riggins, que lo dejó en un sueño profundo y se llevó para siempre la sonrisa de aquel boxeador que sonreía demasiado.

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