Archivo | febrero 5th, 2021

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Estos textos, estos restos: Tiempo de lectura adolescente

El semiólogo Roland Barthes decía que la lectura engendra necesariamente escritura. Leemos para escribir; leer nos induce -como un dispositivo conductor- al deseo de escribir. El lector ya no es un agente impasible, es un actor activo que produce significados y significantes nuevos.

Por María Eleonora Laurumbe*

La experiencia de lectura, a la que le asignamos un valor fundamental, y sobre todo a la lectura de ficción, aporta a la construcción de un espacio “otro” ligado a instancias imaginativas y de producción de otros enunciados posibles, para aquellos miembros que forman parte de talleres para adolescentes.

Podríamos referirnos a múltiples aspectos que estas prácticas literarias y escriturarias aportan, tales como aquellos efectos de una época en la lengua; la legibilidad siempre borrosa de los textos ficcionales, sus múltiples asociaciones con el presente, sus articulaciones con el pasado, la hermenéutica siempre insuficiente a la hora de abordar un texto; lo ilegible en lo legible y viceversa; el aprendizaje como producto de las derivas de unas lecturas que, si bien se ajustan a un determinado derrotero conceptual en el marco de los talleres, no dejan de producir intervenciones de esas que yo denomino de alta calidad intelectual o especulativa.

Estas prácticas se ponen en juego en el pensar metaforizando: doble jerarquía que posibilita ese espacio abierto en las lecturas que los alumnos aportan. Nosotros trabajamos con el lenguaje, esa palabra anómala que todo lingüista conceptualiza, pero cuya cualidad sustancial resiste toda forma de nominación. En el seno de esa abstracción que forma una palabra, un enunciado, una oración, una obra poética, o un texto de ficción, circula el tejido referencial, siempre inasible y polémico, y sus diferentes modos de representación.

Leer es siempre una actividad en conflicto que no siempre evoca las razones que organizan el tejido de un texto ficcional. Y este cruce de lecturas posibles sobre un texto funda una praxis, una manera de apropiarnos o no del mundo y de lo circundante; eso inagotable y enigmático que rebasa la palabra misma y la vuelve tensión irreductible, amenaza, cruce, resto, “máspalabra” como quería el ensayista Nicolás Rosa.

Y esta idea de lectura es la que pretendemos y deseamos, porque creemos que este desplazamiento tematiza la lucidez, el hallazgo simbólico de eso que ya no pertenece a la circulación y al consumo y que, por el contrario, preserva y despliega aquello que la realidad administrada destierra, sofoca y degrada por inútil, por resto, por inadmisible, por improductivo.

Lo que queda latiendo de las palabras es su potencia más prístina, más segura e intransferible; eso que las palabras y el lenguaje tienen de imposible, en el decir del semiólogo Roland Barthes. Eso que el lenguaje deja irremediablemente en el silencio, como cuando evocamos este enunciando del poeta Juan Gelman, que nos remite a “las palabras logran decir lo que dicen y además decir lo que no dicen, y de esa manera logran callar lo que dicen”.

Un no decir, un no saber lo que el lenguaje se empeña en comunicar. Porque asistir a esa soledad, a esa aporía entre la relación siempre anómala y conjetural entre significado y significante, entre concepto e imagen representada, también es un modo posible de darle voz y espacio  a las voces otras de la literatura.

Por último, intentamos que esta tarea de sensibilidad que desarrollamos esté ligada a la idea de que toda lectura es por asociación, sabiendo que nadie puede garantizarnos, dentro de los límites de toda poética, la última palabra.

*Coordinadora del Taller de Escritura y Literatura para Adolescentes “Malentendidos”. Biblioteca Popular Chacras de Coria. Para más información escribir a mariaeleonoralarumbe@hotmail.com

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