Las crisis de cuidado son definidas como un cambio brusco o una modificación importante en el desarrollo. Marcan la necesidad de abandonar modos de funcionamiento para adoptar otros más acordes a los requerimientos de la situación nueva.
Por Lic. Cecilia Ortiz*
Hay diferentes tipos de crisis, por supuesto. Algunas son previsibles y acotadas a un tiempo determinado, como cuando tenemos hijos. Sabemos que la crianza llevará un tiempo, pero en algún momento, los niños crecerán y dejarán de demandar.
Pero hay otras inesperadas, que nos toman por la espalda y no nos dan tiempo de prepararnos. Las crisis de cuidado entran en este apartado. Un accidente, una enfermedad, hacen que, de repente, un miembro del sistema se vuelva dependiente y arrastre a todos a reorganizarse para recobrar homeostasis.
Estas crisis son repentinas (aparecen de golpe), inesperadas o imprevistas (no pueden anticiparse), son masivas (afectan a muchas personas al mismo tiempo), requieren respuestas urgentes y pueden desembocar en mejoramiento o en empeoramiento de la situación.
La primera sensación es de caos. Las personas pueden sentir que la situación se les va de las manos, que pierden el control y que no saben cómo actuar o seguir.
Nuestro cerebro está hecho para adaptarnos al medio, pero cuando enfrenta una situación nueva y, obviamente, no sabe cómo actuar, como primer recurso gatilla señal de alarma. Es como si nos dijera: “¡Ojo! De ésta no sabemos cómo vamos a salir!”. El concomitante emocional es el miedo. Tenemos temor a lo que desconocemos, a las situaciones que nos enfrentan a lo incierto.
Y, como, justamente, las crisis de cuidado conllevan esa atemporalidad, ese “no se sabe hasta cuándo”, nos asustan, nos paralizan en un principio. La primera respuesta es hacer aquello que nos ha dado resultado antes. Y sabemos que cuidar es dedicarse.
Así es como los familiares directos del paciente, por lo general cónyuge, padres o hijos, comienzan a dejar de lado su vida para hacerse cargo de los cuidados, asumiendo el rol de “cuidador principal” y acarreando la “certeza” de que “nadie lo hará mejor que yo”. Puntapié inicial para que le cueste delegar su función y para que se hunda cada vez más en un mar de responsabilidades y preocupaciones. Es lo que se entiende como “cuidador quemado”.
Para el resto de los allegados, es la situación más cómoda. Nadie debe renunciar a nada, porque alguien ya lo hizo.
Los síntomas del síndrome del “cuidador quemado” son:
A nivel físico: Irritabilidad. Sensación de cansancio y agotamiento. Dificultad para dormir, concentrarse o recordar información importante. Molestias gástricas. Consumo excesivo de sustancias (alcohol, tabaco, tranquilizantes).
A nivel emocional: Cambios de humor y/o estado de ánimo. Descuido de propias necesidades (no ir al médico, por ejemplo). Dejar de lado actividades que provocan placer (como hobbies). Aislamiento social (deja de juntarse con amigos). Desmotivación, desinterés. Sentimientos crecientes de resentimiento. Tensión con el enfermo.
Es muy importante que el cuidador entienda que lo que siente es esperable ante la situación que le toca. Porque la culpa no se hace esperar, lo que suma angustia y ansiedad al cuadro.
El cuidador deberá aprender a delegar, tolerar que las cosas se hagan de otra manera y, por sobre todo, contar con una red de apoyo, que pueda no solamente contenerlo desde lo emocional sino también desde una estrategia de cuidados, en el que puedan organizarse “postas” para que todos puedan intercalar intervalos de cuidados con intervalos de tiempo personal.
Lo primordial frente a este tipo de crisis es pasar de la pregunta: “¿Por qué me pasó esto?” a “¿Para qué me está pasando esto?”, que posibilitará empezar a transitar el duelo y tomar un rol activo en la defensión de los propios intereses. Entender que para cuidar primero hay que cuidarse es fundamental.
Las crisis pasan y otras, seguro, van a surgir. Nuestro cerebro debe entrenarse lo suficiente para ser flexible a los cambios. Después de todo, como dijo Albert Einstein: “Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis, todo viento es caricia.”
*La autora es Neuropsicóloga y Magíster en Neurociencias.