El periodista José Félix Suárez construyó esta bellísima despedida para el hombre, el deportista y el ciclista. Un adiós conmovedor para un ser fuera de serie.
Vuela bien alto, noble Cóndor. Con esa imagen de perfecta armonía entre cuerpo y máquina que nos dejaste para siempre. Con tus alas incansables desplegadas al viento, desafiante y dominante. Con la vista fija en el horizonte, los músculos tensos, la sangre caliente, pura energía, corazón valiente, solidario y buen compañero. Dejando atrás los sinuosos senderos de esa montaña tan amiga que te robó el alma y te dio la vida. Paisajes de roca, esfuerzo y sudor. Como las trepadas de Potrerillos y Uspallata, los Caracoles de Villavicencio, Puente del Inca, Las Cuevas y a veces hasta el Cristo Redentor en territorio argentino. La Cruz de Paramillos, el Cerro Negro, Portillo y la Cuesta de Chacabuco en suelo chileno. En aquellos recordados Cruces de Los Andes de las décadas del 60 y del 70 que te convirtieron en un ídolo tan querido. Dos veces primero (68 y 73), dos veces segundo (67 y 72), una vez tercero (71) y séptimo en el restante y último (74). Con aquel gesto propio de tu nobleza e hidalguía deportiva de auxiliar al ítalo-argentino Delmo Delmastro a la postre vencedor del primero que había pinchado en los Caracoles de Villavicencio, donde se definía una etapa decisiva. Con aquella pregunta propia de tu humildad la mañana de tu despedida ante la multitud que coreó tu nombre en Los Barrancos: “¿Pero toda esa gente me vino a despedir a mí?”. El mismo día que dejaste aquella frase plena de sinceridad y gratitud: “Hasta siempre, montaña amiga”.
Vuela bien alto, noble Cóndor. Al encuentro de la victoria final y de la gloria póstuma. Con el empuje del amor de tu familia y el fervor, cariño, respeto y admiración de tu querido pueblo. Con el recuerdo de tus grandes triunfos y de tus inolvidables doce títulos de campeón argentino. Ocho seguidos de persecución individual sobre 4.000 metros (58-65), tres de resistencia sobre un recorrido de 120 kilómetros contra reloj (59 y 70 en Santa Rosa, La Pampa, y 71 en San Rafael, Mendoza), y uno de Kilómetro con Partida Detenida (61) en San Juan. Sólo superado en épocas más recientes con 16 (85-09)por el marplatense Juan Esteban Curuchet. Con el orgullo de tus presencias Olímpicas: 5to. en Roma (60), 8vo. en Tokio ( 64), 9no. en México (68) y 7mo. junto a Juan Alberto Merlos, Carlos Miguel Alvarez y Roberto Breppe en la prueba de los 100 km. contra reloj en ruta por equipos. Además de tus tres mundiales siempre en persecución individual sobre 4.000 metros: Amsterdam, Holanda (59), Locarno, Suiza (61) y Milán, Italia (63). Tres mundiales en soledad, sin un dirigente, un intérprete, ni siquiera un mecánico o entrenador. Solo con tu equipaje y tu bicicleta al hombro. Sin olvidar que en el velódromo de Vigorelli, en Milán, clavaste los relojes en aquellos fantásticos 4m. 55s. tu mejor marca de todos los tiempos en persecución individual que nadie ha podido superar. Con aquel cuarto y último Mundial en Montevideo, Uruguay ((69), como subcampeón Mundial por equipos junto a Juan Alves, Juan Alberto Merlos y Carlos Miguel Alvarez.
Vuela bien alto, noble Cóndor. “Cóndor de América”, como te bautizó el periodista deportivo Marcelo Alejandro Houlné después de aquel primer Cruce de Los Andes en los 60. “Ernesto Antonio Contreras: El Campeón de la Bicicleta Prestada”, como tituló la revista El Gráfico tras tu primer título en Trenque Lauquen en el 56, porque habías participado con un rodado que te había facilitado tu amigo el Chueco Enrique Pérez que el mecánico Pedro Picón aseguró que parecía un arado. Vuela bien alto, noble Cóndor. Hasta donde te lleven tus incansables alas, las que te hicieron tan, pero tan grande en el deporte y en la vida. Como ciclista y como persona.