¡Estos tiempos les sean propicios! Mi nombre es Remigio y soy un naufragante. Así es, un hombre avezado en los naufragios. Hace tiempo surco las indominables aguas de este mundo sorpresivo y aún no he dado con sitio venturoso; es penoso admitirlo, pero no rehuyo la verdad. Comencé mis andanzas hace tanto tiempo que su origen se ha diluído en el pertinaz devenir de los días. No recuerdo cuándo fue que mi vida tomó algún rumbo… bueno, ya se los decía yo: soy un naufragante. En verdad me permito hacer una salvedad respecto del mote que he decidido adjudicarme. Si tuviéramos en cuenta que aquel que navega se mantiene en camino —y por lo tanto sin destino— mientras no acomode su nave a un puerto cualquiera, tenemos permitido considerarlo como un naufragante, al menos uno eventual. Si bien nos es dado estimar que acaso tener un mapa trazado y una embarcación digna son garantías nada menores, nunca podremos saber a ciencia cierta si las aguas acompañarán nuestros anhelos y nos depositarán salvos en el destino imaginado. Sin embargo yo les digo que, sean las circunstancias que fueran, mi caso es harto diferente al de un navegante altivo; será que la mala carpintería que dio forma a mi tan vejada nave no fue satisfactoria, o quizá olvidaron algunos detalles importantísimos al construirla, vicio recurrente de aquellos que se sienten cómodos en su oficio. En fin, no estuve presente durante su confección y me fue otorgada sin posibilidad de réplica ni devolución, por lo que en ningún caso me ha sido posible presentar a alguien mis consideraciones… Como fuere, esta maltratada compañera y yo nos parecemos un poco —nos parecemos más bien bastante—. Innumerables tempestades nos han azotado y nos han sustraído el rumbo de manera cruel. ¡Tantos han sido los días, tantas las noches en las que he debido penar en el silencio de las aguas indiferentes! Pero hay una esperanza que alborea, una nueva posibilidad palpitante: he encontrado la manera de acercarles mis experiencias, ¡ al menos eso! Un buen designio me ha acercado al Puerto Central, donde puedo dar cuenta de mis curiosas aventuras, y lo que es mejor: han expedido una visa para que visite la ciudad las veces que quiera. No puedo prometer que volveré sin inconvenientes, o que acaso no demore una imperdonable cantidad de tiempo en dar noticias mías, pero al menos no los dejaré solos. ¡ No me malentiendan, por favor! En verdad soy yo quien necesita compañía, mis argumentos no son más que excusas, pero ocurre que no puedo abandonar las aguas, son mi dominio predilecto, sus incesantes corrientes me mantienen en vilo, me obligan a estar vigilante. Ustedes, aquellos que moran en Las Tierras poseen algo que admiro y he anhelado mucho tiempo, poseen un hogar, pero yo todavía lo busco y aun no logro descifrar por qué debo hacerlo sobre la mar, incesantemente, en terrible soledad… No lo sé, pero a ustedes me acerco con amorosa intención. Quizá lo descubramos juntos. ¡Así sea!