El recuerdo de un artículo periodístico publicado en julio de 1976 nos lleva a la reunión de tres figuras mendocinas que marcaron un estilo y una época. Nostalgia de una nota que a nuestro colaborador le abrió las puertas como corresponsal en la provincia de la revista El Gráfico.
Por José Félix Suárez – Especial para Correveidile
Cada vez que me han preguntado cuál ha sido mi mejor nota como periodista deportivo (con 54 años de experiencia) he contestado lo mismo. Que seguramente será la próxima, porque todas están realizadas con la misma seriedad, responsabilidad y profesionalismo que he tratado de demostrar durante mi prolongada trayectoria.
Sin embargo, a fuerza de ser muy injusto, hay algunas que se han convertido en un recuerdo imborrable, como aquella de reunir en julio de 1976 a los tres grandes ídolos del deporte de Mendoza: Nicolino Locche, Víctor Antonio Legrotaglie y Ernesto Antonio Contreras. Fue una producción de cinco páginas a color, bajo el título “¿Volver? Si nunca nos fuimos”, que se editó en la revista El Gráfico por iniciativa de uno de sus jefes de redacción, Ernesto Cherquis Bialo, que entonces firmaba sus artículos como Robinson -cargo que compartía con Héctor Vega Onesime, que en nuestra provincia había jugado al fútbol en la reserva del Deportivo Maipú-.
Una nota que tuvo el privilegio de reunir a los tres eternos duendes del deporte mendocino, que por infinita coincidencia habían decidido regresar a la actividad al mismo tiempo, luego de un retiro no demasiado prolongado y que me abrió durante tres décadas las puertas como corresponsal de aquella publicación.
La plaza Hipólito Yrigoyen de la cuarta sección, cercana al Mocoroa Boxing Club, donde entrenaba Nicolino, fue el escenario de ese encuentro único e irrepetible, alegre y divertido, donde Nico se subió a la bicicleta de Contreras y se puso a pedalear. Legrotaglie se colocó los guantes de Locche y el Negro se dedicó a hacer jueguitos con la pelota. Como niños corrieron luego hacia las hamacas y se columpiaron largo rato con una singular advertencia de Víctor: “Che, tengan cuidado con los focos de la plaza que podemos ir presos los tres”.
Imágenes captadas por Leopoldo Estrella y Luis Astesiano, que me acompañaron como fotógrafos de la editorial, además del apoyo del periodista Enrique Máximo Romero -en la misma redacción-. Los tres se hicieron bromas como si fueran viejos amigos y contaron sus respectivas inquietudes sobre los motivos por lo que volvían al boxeo, el fútbol y el ciclismo.
Escribí entonces y lo repito hoy con las mismas palabras: “Llegar, triunfar, partir, volver… Nicolino, el Víctor, el Negro… Eran tres duendes ídolos que habitaban en el corazón de un pueblo. Un día, no hace mucho, se quedaron quietos, callados, silenciosos. Sin el ruido de los aplausos, lejos de los grandes triunfos, rodeados de sus pergaminos de oro, acompañados por el recuerdo imborrable de sus hazañas. Otro día, más cercano, despertaron. Recorrieron nuevamente las calles mendocinas de las cantarinas acequias. Se bañaron otra vez en el sol de cada día. Se secaron a la sombra de los verdes árboles. Y por esos viejos caminos, de los años jóvenes, de los tiempos ricos, de las horas felices, encontraron nuevamente las puertas del éxito. Las abrieron y con trancos firmes hicieron realidad el instante del retorno. Juntaron la nostalgia del ayer que se negaba a ser pasado y la llama eterna de ese hoy que los obligaba a un futuro. Y aquí están. Como ayer, como siempre…”.
Ídolos, duendes
Dije de cada uno de ellos:
El Nico: El de la larga fama, el de la galera, el del bastón, el de los guantes sin sangre, con su sonrisa y su picardía de siempre. Aquí está todo. Aquel mocoso del Mocoroa, alumno de don Paco, maestro de la defensa, que asombró con sus reflejos y que llegó a “Intocable”. Aquel rey del mundo que estremeció al país en la jornada del 12 de diciembre de 1968. Aquí está este señor de Corrientes y Bouchard, elegido del destino, boxeador de leyenda, artista con historia”.
El Víctor: El pibe que conoció y aplaudió el país. Con la estampa de crack. Las medias caídas, el jopo rebelde y el eterno número ocho en su espalda. Aquel que en 1959 jugó en Chacarita Juniors y fue tapa de El Gráfico, con las diabluras del potrero, el lenguaje del baldío, el embrujo de su chanfle. El mismo maestro del Lobo mendocino que puso a Gimnasia y Esgrima en el mapa futbolístico del país. Este Víctor que regresó ahora a los 39 años con el mensaje de su toque en la zurda y el mismo talento que recogió en los campitos de Las Heras, cuando era un chiquilín de alpargatas bigotudas y pantalón cortito.
El Negro: El chico de la cara musculosa, las piernas flacas, el corazón gigante. El humilde y modesto Negro de Medrano, que se subió por primera vez a una bicicleta de reparto hace más de veinte años y ganó entre las viñas de Palmira. Ahí comenzó la historia. El de los mil triunfos y los cien títulos. El gran campeón de resistencia, el de los increíbles 4m. 50s. en persecución individual con siete logros argentinos consecutivos, el tres veces olímpico, el solitario del mundial de Holanda, el compañero inseparable del macizo andino. El doble vencedor del Cruce de Los Andes que le dejó el apodo de “Cóndor de América”. Este Ernesto de hoy, que volvió a los caminos polvorientos de la montaña amiga, que se sintió pequeña ante su vuelo de pájaro cuando desplegó otra vez sus alas en busca de las altas cumbres. Siempre el Negro.
Cayó el telón, pasó el recuerdo: Nicolino ciclista, el Víctor boxeador, el Negro futbolista. Tres duendes, ídolos, eternos y queribles. Ayer, hoy, mañana. Siempre…