Archivo | septiembre 10th, 2020

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Metáforas en el lenguaje: Poética de lo cotidiano

La idea que se tiene de la metáfora es que es un recurso literario que usan con mayor o menor maestría, poetas y escritores. Esto es solo parcialmente cierto, la otra parte de la realidad es que usamos metáforas cada vez que hablamos. El lenguaje es metafórico y lo es necesariamente ya que en ciertos dominios de la experiencia es imposible ser literal.

Por Luis París. Dr. En Lingüística. Investigador del Conicet

La cotidianidad nos encuentra a menudo escuchando a alguien decir “tal persona me cae muy bien”. Tenemos una comprensión inmediata de lo que quiso decir: piensa que congenia con esa persona porque lo conoció e interactuó y disfrutó el momento. Esta simple expresión descansa en un complejo proceso cognitivo que caracteriza al lenguaje y la mente.

El análisis muestra que se usó una expresión -”caer”- que refiere al cambio de posición en el espacio de una cosa o persona, tal que primero estaba parada y luego se vino abajo. ¿Cómo “caer” puede llegar a describir estados mentales propios de la interacción humana? El primer desplazamiento de “caer” fue llevarlo al dominio de la digestión como cuando decimos que una comida “nos cayó bien” queriendo decir que nuestro aparato digestivo la procesó como debía.

Desde allí encuadramos la experiencia de interactuar con otra persona como si se tratara de “digerirla” psicológicamente y así podemos decir que “nos cae bien o mal”. Se trata de un uso metafórico por el que trasladamos un significado literal de movimiento en el espacio a un dominio abstracto, el de la interacción entre personas. Este traslado que va de un dominio perceptible, manipulable y concreto a otro mucho menos accesible es lo que denominamos pensamiento metafórico.

Resulta un tema central de la ciencia cognitiva porque no se trata de una elección estética -de expresarnos de manera bonita- sino que refleja un eje central de la actividad mental que consiste en llevar esquemas cognitivos creados para representar lo más y mejor conocido, a lo desconocido y menos accesible. No se trata solo de una manera de hablar sino de una estrategia para la comprensión del mundo que nos rodea. Es así que decimos “llevarnos bien” como si la relación consistiera en recorrer un trayecto en el que ambos se cargan el uno al otro.

Hablamos metafóricamente cuando decimos que a alguien “no le entra nada en la cabeza” o que a este otro “no le sale una idea” como si la mente fuese un contenedor y las ideas objetos que salen y entran. Hablamos de las emociones en términos de temperatura (“está caliente con tal” o “la noté muy fría” o “ese niño la derrite”) o como movimientos e impactos (“no me llegó esa película”; “lo que me dijiste fue un golpe bajo”) y decimos que alguien “se quebró” cuando deja salir emociones o información que tenía contenida.

A menudo usamos expresiones deportivas para describir el desarrollo de una conversación (“me la dejaste picando”; “me cambiaste la bocha”; “no me tirás un centro”). Otras metáforas se originan en características de nuestro cuerpo que tiene un “atrás” y un “adelante” que son proyectados para comprender al tiempo: el futuro está siempre adelante tal que “estamos llegando a Navidad” o “el fin de año se nos viene encima” y el pasado está atrás, tal que “tenés que dejar atrás esos recuerdos”.

Las metáforas no solo invaden el lenguaje cotidiano sino también la ciencia. En psicoanálisis se habla de “resistencias”, “mecanismos de defensa” y “transferencias”; en física se habla de “agujeros negros” o de “campo” magnético; en economía se habla de “ajuste”, “cepo” o “inflación”. La metáfora es así, un paso imprescindible en nuestra capacidad de comprensión pero también es un instrumento comunicativo y, por lo tanto, manipulativo ya que un dominio puede tener distintos “encuadres” alternativos y la elección de uno u otro determina cómo pensamos y cómo actuamos en esa situación.

Por ejemplo, la interacción política puede encuadrarse como una “guerra” donde los actores tienen que “defender los trapos (banderas)”, pueden ser “heridos” por “fuego amigo”, recibir un país como “tierra arrasada”, elaborar planes de “lucha” o, como acabo de leer en un diario, dos ex ministros le dieron “un duro palo” a otro dirigente. Hablar de la política como una guerra es también pensarla como tal y eventualmente habilitar la conducta de un soldado en el lugar equivocado.

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