“Había en mi niñez una pared para cada madreselva, un definido lugar para el perfume en la calle de piedras…” – Yuyi Truglio.
Quien pudo sentir y decir de este modo, recordando su niñez, nos recuerda que su espíritu fue primariamente poético y romántico. No podía ser de otro modo: formó parte del grupo de maestras emblemáticas de la Escuela Teresa O’Connor por mucho tiempo y su regreso diario a Luján de Cuyo, donde vivía, hacía sentir celosamente, algo así como un abandono al lugar, hasta el día siguiente, cuando su alegría, su ternura, sus ocurrencias, su diversión permanente, entraban de nuevo al patio grande de la magnolia blanca.
Su palabra oral y escrita abrían el deleite del otro y los niños de primer grado percibían una calidez de mamá gata con cachorros nuevos en su aula repleta siempre de risas y diversión. Ser diferente y no proclamarlo. Ser diferente y dejar siempre una estela de algo inasible, un brillo de estrellas, una tibieza de paraíso, es lo que siempre quedaba a su pasar.
La partida de Yuyi nos revela y devela una vez más a Chacras de Coria, lugar mágico donde reina el asombro, esa metafísica presencia que explica, de algún modo, que almas como la suya fuera elegida para pasar y dejar una estela de servicio existencial. Han pasado muchos años y es increíble la vigencia de su persona al evocar su partida. La sombra de su sonrisa pícara, está hoy aquí de nuevo para rememorar que vivir en Chacras es tocar la maravilla de haber conocido seres especiales como ella.