El 31 de julio falleció este histórico zapatero del pueblo chacrense. Sus familiares lamentan con profunda tristeza su partida y hablan conmovidos de su nobleza humana. Hace algunos años lo visitamos en su casa. Compartimos algunos párrafos para recordarlo. Hasta siempre, Martín.
“Sentado a la mesa con sus herramientas y vigilado por su perro, que responde al llamado de Amor sin destino, Martín Ortiz lustra unas botas negras con tachas y afloja la mirada del cuero para ver quién viene. “Del Correveidile”, aclaramos. Pronto deja el trabajo y sale de su banqueta de madera para sacarle el candado a una reja. Su casa es una de las pocas que quedan de cuando el Ferrocarril General Belgrano pasaba por la estación Paso de los Andes. “Chacras era hermoso en aquella época; uno de los puntos más lindos para vivir, tenía las mejores vistas”, recuerda el hombre nacido en San Luis el 29 de julio de 1937.
Criado en Santa Rosa, una ciudad ubicada al noreste de la provincia limítrofe, Martín llegó a Mendoza atraído por una serie de “changas”, allá por fines de los ’50. Una década más tarde, formaba parte de los trabajadores del Ferrocarril, donde además de ser soldador en la Cordillera -antes de su traslado a Luján-, arreglaba los calzados de los hombres de la cuadrilla. Después de años de trabajo, fue transferido a Chacras, donde le dieron una casa, realizó cursos de albañilería y tuvo cinco hijos: Pedro, José, María, Antonia y Gabriela. Más tarde llegarían los nietos y los bisnietos.
A pesar de tanta descendencia, Martín pasa sus días en la soledad del pueblo, rodeado de su perro y la presencia de María Inés Espinosa Ruiz, su compañera de vida, una chilena que se emociona cuando habla del “viejo”. El zapatero de Chacras fue también parrillero de los históricos lugares de comida El Lomo Loco y La Casona, donde vio pasar a Estela Raval, el Trío San Javier o Los Chalchaleros, entre otros músicos de la época. Desde 1991, recuerda, se dedica al arreglo de calzados. “Tengo clientes muy amables. A veces lo malo de mi oficio es tener los pedidos listos y que no los vengan a buscar”, dice, y señala una pila de zapatos, botas, carteras y bolsos que esperan el retiro de sus dueños.
Él disfruta de su oficio y tiene una mesa abarrotada de herramientas: martillo, pinzas, alicate, tijera, cuchillas y máquina de coser incluidas. “Con tal de trabajar, cualquier cosa”, dice el hombre de pocas palabras, que reúne a clientes de Luján y de Ciudad, de las tiendas, de la Municipalidad, de la policía. A Martín vienen los zapatos con historia, algunos de tanto caminar, otros de antaño, algunos sobrios y serios como sus dueños, otros alegres y coloridos. Calzados de trabajo y para salir, carteras coquetas y bolsos de uso diario. Vendrán a él los pares en desuso y volverán a los pies radiantes, con las huellas del zapatero de Chacras”.