Hace poco más de tres meses, a fines de febrero, los mendocinos y argentinos en general, escuchábamos hablar de una pandemia originada en China que luego se fue extendiendo por Europa.
Seguramente para la mayoría se trataba de algo exótico, que sólo le ocurría a los chinos y los europeos. Algo tan lejano en tiempo y espacio que era imposible que llegara a nuestra patria. Muchos chistes y bromas en tono de burla comenzaron a invadir las redes sociales. El mal ya tenía nombre y apellido: coronavirus o Covid-19.
La incredulidad argentina iba a durar poco. A principios de marzo, un poco tímidamente, autoridades informaban de algunos posibles casos de contagio en Argentina provocados por personas que regresaban del exterior. Nadie sabía, a ciencia cierta, de qué se trataba este virus ni las verdaderas consecuencias que conllevaba.
Al comienzo las autoridades minimizaron la gravedad de la situación. Nos dijeron que la gripe era más mortal, que en todo caso los servicios sanitarios estaban lo suficientemente preparados para afrontar una probable epidemia. Mientras, la OMS declaraba al Covid-19 como pandemia.
Comenzamos a tener miedo: estaba muriendo gente atacada por este enemigo invisible. A muchos los invadió una especie de paranoia y como si temieran un inmediato apocalipsis, invadieron supermercados para llevarse más de lo necesario. Ni en las fiestas de fin de año vendieron tanto los súper. Y como no podía ser de otro modo en nuestro país, surgió esplendorosamente la ‘viveza criolla’. Precios disparatados para el alcohol en gel, los barbijos pasaron a ser un artículo de lujo por su costo, etcétera. En fin, todos sufrimos esta realidad.
En Mendoza la situación no era tan alarmante como en algunas otras provincias. Nuestras autoridades, a nuestro parecer, con buen tino, pasaron paulatinamente de las restricciones totales a ciertas libertades o ‘permisos’. Cada vez que el gobernador anunciaba un nuevo avance en la flexibilización, nos recalcaba que si no éramos responsables en las pautas o protocolos dados se iba a dar marcha atrás.
Tal vez, una de las medidas que más deseábamos era la de poder reunirnos con la familia y amigos. Ciertos días y en grupos no mayores de 10 personas.
Muchos no entendieron claramente la consigna y nos perjudicaron a todos. Esos pocos carentes de conciencia social, tal vez hayan pensado que eran seres exceptuados del contagio o incapaces de contagiar a otros. Organizaron fiestas clandestinas con más de 100 personas sin respetar el aislamiento social. En varios departamentos sucedió esto.
Más allá de las sanciones previstas para los infractores está el daño que nos causan a todos. No sólo por la cantidad de posibles e incontrolables contagios que puedan causar, sino porque nos hacen retroceder. Ahora solo nos podemos juntar con la familia los domingos. Se declaró a Mendoza en alerta sanitaria y limitan la circulación. Esto es lo que consiguieron los inconscientes. Está bien, aunque nos duela. Tuvimos esta semana un récord de contagiados en Mendoza y cualquiera de nosotros puede ser uno de ellos. La última cifra publicada nos informa que en el país hay más de 83.426 infectados y 1.644 muertos.
Si seguimos sin respetar las normas iremos retrocediendo en lugar de avanzar. De nosotros depende.