Compartimos la segunda parte de este relato que escribió Carlos Adduci sobre sus recuerdos en el pueblo que alguna vez fue.
(…) Al lado de la Policía había una habitación desde donde se manejaba el sonido de la Plaza cuando había música, tarea que realizaba una señorita de pelo batido.
Las canciones salían de los parlantes o bocinas que estaban arriba en las pérgolas: era casi de rigor a la tardecita a escuchar un tema. La Joven Guardia, Los Naúfragos, Sandro -los exitos de alta tensión-, Los Chalcha o Los Fronterizos eran mezclados con maestría, para luego escuchar a Leonardo Favio, Serrat o The Beatles, Aretha Franklin, Charles Asnabour, Nino Bravo.
La discoteca era surtida y amplia para todos los gustos. También esta DJ tenía un micrófono por el cual se dirigía a los oyentes y dedicaba algunos temas en complicidad con algún enamorado que sugería ritmo o autor.
La Plaza de Chacras, creo, debe tener algún record de noviazgos y besos robados bajo los cedros. Era también el lugar de las retretas y los bailes de carnaval; venían personas de otros departamentos y lugares, a los que se sumaban los chacrenses. Era un hervidero: en la rotonda bailaban apiñados y el resto daba vueltas y vueltas, escuchando la música en vivo de Los Wonders, Los Falcons o Prohibido Fijar Carteles.
Escucho los acordes pegadizos, veo humo y siento el aroma de los choripanes asándose, con Don Alfonso y Silvano de parrilleros. Ahí, en la bajada al Río Seco, pegado a lo de Testeri, la Plaza que en época de Vendimia se elegía a la reina y se festejaban todas las fiestas patrias y el Día del Niño, donde se cerraban las calles y mi casa quedaba encerrada en un ghetto de música, risas, espuma, agua perfumada, papel picado y serpentinas.
Encierro bienvenido, que los niños esperábamos con ansias, porque a la diversión del día, se sumaba la de la noche y casi sin darnos cuenta se nos pasaban las horas, en una sucesión de fiesta y alegría. Desde mi casa cruzando la Plaza, en dirección oeste y entre la Telefónica y el Cine estaba el quiosco de los Coria, donde atendía toda la familia: El Quillo, Ubaldo y el Larry, toda una institución del pueblo. Si te querías enterar de algo, aparte de leer el diario o las revistas, había que ir al quiosco: ellos siempre tenían “la posta” (continuará…).