El permacultor Jorge Geroli, vecino además de Vistalba y uno de los responsables del proyecto Gran Jardín, comparte este texto adaptado del teólogo brasileño Leonardo Boff.
¿Qué es lo que cuenta verdaderamente, la vida o los bienes materiales? ¿El individualismo o la solidaridad? ¿Podemos seguir explotando, sin ninguna otra consideración, los servicios naturales o podemos cuidar la naturaleza y el vivir en armonía con todos los seres? ¿Ha servido de algo que los países amantes de la guerra acumulasen cada vez más armas de destrucción masiva, ahora que tienen que ponerse de rodillas ante un virus invisible, evidenciando lo ineficaz que es todo ese aparato de muerte?
¿Podemos continuar con nuestro estilo consumista, acumulando riqueza ilimitada en pocas manos a costa de millones de pobres y miserables? ¿Todavía tiene sentido que cada país afirme su soberanía, oponiéndose a la de los otros, cuando deberíamos tener una gobernanza mundial para resolver un problema global? ¿Por qué no hemos descubierto todavía la única casa común, la Madre Tierra, y nuestro deber de cuidarla?
Tenemos forzosamente que cambiar. Lo peor sería que todo volviese a ser como antes, con la misma lógica especulativa. Podemos mirar la batalla contra el coronavirus bajo el ángulo positivo: el virus nos hace descubrir cuál es nuestra más profunda y auténtica naturaleza humana.
En primer lugar, somos seres de relación en todas las direcciones. Como consecuencia, todos dependemos unos de otros. La comprensión africana “Ubuntu” lo expresa bien: “Yo soy yo a través de ti”. Por tanto, todo individualismo es antihumano. El coronavirus lo comprueba. La salud de uno depende de la salud del otro. Esta mutua dependencia asumida conscientemente, se llama solidaridad. En estas semanas hemos visto gestos conmovedores de verdadera solidaridad, no dando solo lo que les sobra sino compartiendo lo que tienen.
Somos seres esencialmente de cuidado. Sin el cuidado, desde nuestra concepción y a lo largo de la vida, nadie podría subsistir. Tenemos que cuidar de todo: de nosotros mismos, de los otros, de la naturaleza y de la Madre Tierra para que continúe dándonos lo que necesitamos para vivir sobre su suelo, siendo que durante siglos la hemos agredido sin piedad. Bajo el ataque del coronavirus, debemos recluirnos en casa, mantener la distancia social y cuidar la infraestructura sanitaria sin la cual presenciaremos una catástrofe humanitaria de proporciones bíblicas.
En cuarto lugar descubrimos que todos debemos ser corresponsables, es decir, conscientes de las consecuencias de nuestros actos. La vida y la muerte están en nuestras manos. No basta la responsabilidad del Estado o de algunos, debe ser de todos.
Finalmente, somos seres con espiritualidad. Podemos abrirnos a Ella, cultivarla y acogerla para sentimos más fuertes, cuidadores y amorosos, en fin, más humanos.
Sobre estos valores nos es concedido soñar y construir otro tipo de mundo, biocentrado, en el cual la economía, con otra racionalidad, sustenta una sociedad globalmente integrada, fortalecida más por alianzas afectivas que por pactos jurídicos. Será la sociedad del cuidado, de la gentileza y de la alegría de vivir.
Desde los orígenes de la vida, estos cambios biológicos modifican la evolución de las especies en nuestro planeta: sin dudas en este momento de la historia, la oportunidad de seguir como especie humana depende de la adaptación de las reglas evolutivas que marca la presencia de este virus COVID-19.