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Un hombre misterioso llamado Shakespeare

A raíz del curso de verano que tuvo lugar en el espacio de Cecilia Carreras, consultamos a su realizador para saber más sobre el creador de Hamlet, Otelo o Romeo y Julieta.
Por Daniel Fermani

William Shakespeare es un nombre que suscita respeto, reverencia, admiración, temor en algunas ocasiones, y las más de las veces… dudas. La duda acerca de si existió, de si fue otro quien escribió las obras que hasta hoy siguen sorprendiendo a la humanidad, de si es muy arduo comprenderlo. Dudas y más dudas, y a veces en ese mar de dudas Shakespeare se aleja, queda en el estante de la biblioteca como un adorno más, venerado pero intacto, esperando la mano piadosa que abra sus páginas y se hunda en la maravilla de sus laberínticas intrigas, de sus pasiones desgarradoras, de sus personajes arrancados por la locura o destrozados por la ambición. Porque la verdadera duda no es Shakespeare, sino nosotros mismos. Lo que hizo el escritor inglés ha sido sencillamente proponernos el desafío de un mundo tan estremecedoramente paralelo al nuestro que a veces se confunde con él y a veces nos atrapa y nos lleva por un dédalo de espejos que únicamente reflejan nuestros propios miedos.

La duda somos nosotros: ¿vamos a entender a Shakespeare? ¿Será difícil, complicado, aburrido? Nada hay más difícil que la ignorancia, y es en ella donde caemos irremediablemente cuando decidimos no conocer una obra que es base y pilar no sólo de la literatura dramática, del teatro mundial, sino del entero pensamiento moderno. Y Shakespeare no es difícil, ni complicado ni aburrido, pero tal vez nosotros no nos creamos capaces de descubrir la verdad. Porque la verdad nos la revela él en nosotros mismos.

Edipo, Yocasta, Ulises, Antígona, están en la memoria colectiva de la humanidad. Son personajes que protagonizan una mitología que desde el Medio Oriente se expandió a través de la cultura helénica a todo el mundo, y aunque una persona no conozca los mitos o no haya leído las tragedias griegas, ha escuchado estos nombres alguna vez en su vida. Pero esa misma persona, sea oriunda de Argentina o de Japón, también ha escuchado los nombres de Hamlet, de Romeo, Julieta, Otelo o Macbeth. Y en este caso no se trata de mitos, sino de personajes de papel, protagonistas de obras de teatro que fueron escritas hace casi medio milenio por un enigmático dramaturgo inglés. Este solo ejemplo nos da la pauta de la grandiosidad y la importancia de las obras de Shakespeare, su universalidad cabalga junto a Don Quijote de la Mancha por los senderos que la cultura ha esculpido para llegar a la inmortalidad.

Leer y comentar las obras de Shakespeare es la manera más refinada e inteligente de acercarnos al conocimiento cabal de la modernidad y de la posmodernidad. No es posible comprender el mundo actual en su compleja dimensión sin haber conocido las bases de este mismo mundo, que fueron relatadas con bellísima maestría por el bardo inglés.

Conocer a Shakespeare es, por lo tanto, una obligación cultural, una deuda con nosotros mismos, un tributo a la cultura y un placer que no podemos dejar de experimentar, ya que se trata de una lectura fascinante, que nos conduce misteriosamente a los universos mágicos y terribles del alma humana, nos desnuda y nos viste con los espléndidos ropajes de la belleza, la sangre y el éxtasis.

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