Se conoce muy poco sobre la llegada de prisioneros de origen británico a la ciudad de Mendoza y en especial a Luján de Cuyo. Aunque a algún lector le parezca increíble, también la historia de las invasiones inglesas que nos enseñaron en la escuela, se relaciona con nuestro departamento. Veamos qué ocurrió en aquel tiempo.
Por Carlos Campana
Cuando Buenos Aires se llamó Arcadia
Las tropas anglosajonas partieron en 1805 desde Sudáfrica con el objetivo de invadir la entonces capital del virreinato del Río de la Plata. Recordemos que en aquel momento, España estaba aliada con Napoleón -líder de Francia- y ambas le habían declarado la guerra al Reino Unido.
El 23 de junio de 1806, las naves británicas fondearon en las costas del sur de Buenos Aires. Dos días después, las tropas del regimiento 71 Highlanders desembarcaron en Quilmes y avanzaron hacia la ciudad de Buenos Aires, al son de las gaitas escocesas.
Al llegar a la capital del Virreinato del Río de la Plata los funcionarios reales se rindieron ante el general Beresford, quien tomó posesión de la ciudad y rebautizó a Buenos Aires con el nombre de Nueva Arcadia.
El entonces virrey se retiró con sus tropas hacia Córdoba con el objetivo de efectuar una ofensiva, pidiendo la colaboración de hombres y pertrechos para la resistencia y nombró a esa ciudad, capital del Virreinato del Río de la Plata.
Por su parte, los vecinos de Buenos Aires no se quedaron de brazos cruzados. Se reunieron para dar resistencia e iniciaron una guerra sin cuartel por las calles; desde las azoteas y techos arrojaban piedras, pedazos de tejas, agua y aceite hirviendo.
Luego de varios días de lucha al mando de Santiago de Liniers, consiguieron que el general Beresford se rindiera y firmara la capitulación el 20 de agosto.
Gran parte de los prisioneros británicos fueron enviados a diferentes provincias incluyendo Cuyo.
Durante la segunda invasión y luego de fracasar los británicos otra vez, una nueva cantidad de detenidos llegaron a Mendoza.
Mendoza un lugar para prisioneros
Es así que en noviembre de 1806 llegaron a Cuyo más de 250 de los 1.500 soldados británicos prisioneros del regimiento 71, que se habían rendido en Buenos Aires, luego de viajar más de 40 días en carreta.
Cuando los primeros apresados pisaron tierra mendocina, muchos vecinos protestaron y sugirieron al Cabildo que se los destinara a lugares alejados y que no ocuparan las instalaciones del cuartel de la Cañada.
El comandante de armas Faustino Ansay estuvo de acuerdo en un principio y ordenó que los más revoltosos fueran enviados al fuerte de San Rafael.
Se realizó una selección e inmediatamente 50 hombres partieron hacia ese lugar.
A los pocos días, otros 50 marcharon a la finca del comandante Teles Meneses en Luján de Cuyo y el resto se ubicó en el cuartel principal de la Ciudad.
De soldados a granjeros
En la finca de Luján de Cuyo, como dijimos, se radicaron 50 soldados británicos que fueron seleccionados por tener conocimiento sobre agricultura y ganadería, ya que algunos de éstos, antes de ser incorporados al ejército real británico, habían sido granjeros.
Durante su estada, estos británicos fueron a trabajar a la estancia para el arado de la tierra y otras actividades como la de ordeñar y faenar ganado vacuno.
En la hacienda de Teles se montó una guardia de varios milicianos de Mendoza para custodiarlos. No fue muy fácil el tener a 50 hombres en ese lugar, porque algunos intentaron amotinarse con el objetivo de escapar. Esta escaramuza fue sofocada inmediatamente por las autoridades.
Luego de varios meses los detenidos fueron llevados al cuartel de la ciudad. Entre los 150 prisioneros que se establecieron en el cuartel, se encontraban 40 mujeres y 32 niños. Estos civiles eran parte de la tropa, ya que, por aquellos tiempos, los soldados podían llevar a esposas e hijos a las campañas militares.
Con el correr del tiempo, estos soldados fueron empleados para realizar trabajos en las fincas o en las obras públicas como el aseo de las calles o el arreglo de edificios.
En 1808, los gobiernos de España y Gran Bretaña firmaron un armisticio.
Los prisioneros distribuidos en distintos sectores del Virreinato regresaron a su país de origen, aunque algunos eligieron quedarse. Por ese motivo tuvieron que convertirse al catolicismo y fueron bautizados con nuevo nombre y apellido.