¡Cuánto tuve que andar
para encontrarte!
Y que feliz me siento por hallarte
sin mirar hacia atrás,
sin comparar ni restañar heridas.
Disfrutando del todo el hecho nuevo
que revolucionó,
de lo molecular a lo social
de mi existencia,
conmoviéndome.
Gracias.
Tú me salvaste
de un precoz holocausto,
abandonado como estuve
de repente,
por mi exclusivo eterno amor
ahora ya muerto.
José Enrique Marianetti