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Alberto Ginastera: El alquimista

Es el compositor clásico argentino más renombrado en el mundo y uno de los más distinguidos de nuestro continente. Supo lograr una original y elevada síntesis entre la música académica y  elementos  de la música folclórica nacional.

Por Nicolás Sosa Baccarelli*

Rara avis

Para eso que llamamos “gran público” no es un desconocido, aunque no goza de esa estridente fama que la gloria ha deparado a otros colegas. Su lugar está en los discretos pero sólidos recintos del prestigio, en la palabra cálida y devota de los músicos más versados, para quien su nombre se escribe con mayúscula  en la historia de la música de nuestro continente.

Rara avis es una expresión latina que se utiliza para designar  un ejemplar desconocido, extraño. Pero cuando esa extrañeza es originalidad, solidez y talento, pasa a ser maestría.  El maestro Alberto Ginastera fue un raro. Un raro en el mejor y más elevado de los sentidos. Un argentino que a lo largo de sus sesenta y siete años, desarrolló una obra musical que, por nivel y contundencia, ganó el privilegio de ser, acaso junto con la de Astor Piazzolla, la  más renombrada en el mundo cuando de música argentina se trata.  Más allá de la relación maestro-alumno, y de obvias diferencias,  mediaba entre ambos una coincidencia: una profunda convicción de que el amplio abanico de “música popular” y la “música académica”, no eran antitéticas. Y, en este sentido, la vivencia de los géneros populares -de corte rural en el caso de Ginastera; más urbano, en el de Piazzolla- como una genuina necesidad interior, distante del exotismo.

Su inventiva infinita convivió con su crítica al “experimentalismo” de algunas vanguardias, e hizo que engendrara y mantuviera una  saludable obsesión por el perfeccionamiento técnico.

Alberto Ginastera, desplegó todo su talento en terrenos de la música académica, pero impregnada de elementos folclóricos que imprimieron a sus composiciones un sello inconfundible.  Una alquimia  de alta complejidad entre nacionalismo y  universalismo, concentró la visión musical de Ginastera y conquistó el primer lugar en el podio de los compositores “clásicos” argentinos.

Ese apego a la tierra, esa búsqueda estética permanente de sonidos autóctonos, tratados con la alta formación clásica del maestro,  dieron a luz una obra que, a más de treinta años de la desaparición física de su autor, se redescubre continuamente entre los músicos de nuestro país y del mundo entero.

Una carrera brillante

Nació un 11 de abril de 1916 en una familia de origen italiano y de posición económica desahogada. Desde muy temprana edad se inició en la música: a los siete años ya tomaba clases particulares y a los doce ya ingresa en el Conservatorio Williams.

Los premios no tardarían en llegar: en 1934 recibe el primero, otorgado por la Asociación “El Unísono”. Hacia 1936 Ginastera estudia en el Conservatorio Nacional de Música y Arte de Buenos Aires.  Él mismo recordará más tarde que la música que por estos años había calado hondo en él, era “La Mer” de Debussy y “La Sacre du Printemps” de Stravinsky, compositores con los que, hacia el final de su vida, fue muchas veces y por razones diversas, comparado.

Las partituras anteriores a 1936 fueron destruidas por Ginastera, como se presume fueron destruidas muchas otras composiciones realizadas a lo largo de su vida. El inconformismo con su propia obra fue en Ginastera casi una obsesión.

En 1939, ya habiendo finalizado con éxito sus estudios, hace conocer la obra que sería su primer trabajo destacado en el ambiente musical de la época: el ballet “Panambí”.  Se trata de una composición inspirada en la leyenda guaraní. La obra no fue ejecutada sino parcialmente, hasta 1940 fecha en la que el maestro Juan José Castro la estrenó en el Teatro Colón con un éxito rotundo.

Becado por la Fundación Guggenheim estudió música contemporánea en los Estados Unidos donde tuvo entre sus maestros a Aarón Compland. Esta experiencia ejercería sobre Ginastera, una influencia de enorme valor para su obra futura.

Ya de regreso fundó el Conservatorio de La Plata y luego, el célebre Centro Latinoamericano de Estudios de Música Avanzada, en el Instituto Torcuato Di Tella. También fundó junto a otros colegas la Liga de Compositores de la Argentina y la Facultad de Música de la Universidad Católica Argentina.

Luego vinieron nombramientos y distinciones en la UNESCO, la Academia Nacional de Bellas Artes, de organismos internacionales y universidades americanas y europeas… la carrera de Ginastera resplandecía.

En 1952 se conoció la suite orquestal de su ballet “Estancia”, acaso una de sus obras más difundidas. La obra consta de un solo acto y cinco cuadros y está inspirada en escenas de la vida rural en una estancia de nuestro país.

Entre sus obras más conocidas encontramos sus “Variaciones Concertantes” para orquesta de cámara, sus dos conciertos para piano (hay otro, sin número de opus, excluido de catálogo, que ha interpretado la mendocina Dora De Marinis), la “Cantata para América Mágica”. Compuso conciertos para cello, para arpa, y para violín. Entre sus obras para piano, tal vez las más conocidas sean sus “Tres danzas argentinas”: Danza del viejo boyero, Danza de la moza donosa y Danza del gaucho matrero. Además compuso malambos, milongas, oberturas, piezas infantiles, obras para órgano, para voz y piano, entre muchas otras creaciones.

Señala el historiador de la música y ensayista, Sergio Pujol, en una obra reciente: “Ginastera fue un titán de la música académica argentina, una especie de institución en sí mismo, protagonista principalísimo de la vida cultural del país a lo largo de prácticamente cuatro décadas.” (“Cien años de música argentina”, Buenos Aires, editorial Biblos, 2013)

“Sexo, violencia y alucinación”

Compuso tres óperas que adquirieron merecida notoriedad: “Don Rodrigo”, con libreto del escritor español Alejandro Casona; “Beatrix Cenci” con libro de William Shand y Alberto Girri; y la conocida “Bomarzo” cuyo libreto estuvo a cargo de Manuel Mujica Láinez con base en su novela homónima.

Esta última protagonizó un hecho escandaloso que puede encontrarse desmenuzado en el libro “The Bomarzo Affair” de Estaban Buch. Estando previsto su estreno en el Teatro Colón, las autoridades nacionales -al mando del general Juan Carlos Onganía-  y de la Ciudad de Buenos Aires, tomaron conocimiento del contenido de la obra y resolvieron su prohibición, por haberse enterado de que “el argumento de la pieza y su puesta en escena revelan hallarse reñidos con elementales principios morales en materia de pudor sexual”. Vieron en la ópera una “referencia obsesiva al sexo, la violencia, y la alucinación”. La obra estuvo prohibida durante varios años. La censura le otorgó, como suele ocurrir, la mejor propaganda.

Barrabás a medias

En las décadas de los 50 y 60, Ginastera compuso una considerable cantidad de obras por encargo de importantes festivales, asociaciones, y orquestas de diversos países.

Hacia fines de los 60 se traslada a Ginebra, donde vivirá con su segunda esposa, la chelista Aurora Natola, hasta el final de sus días. Por entonces experimentaba un momento de síntesis de logros alcanzados pero de franco regreso a algunas  de sus primeras tendencias compositivas en los que muchos ven una auténtica “cuarta etapa” en su trayectoria. Dice al respecto su principal exégeta y biógrafa Pola Suárez Urtubey, “configuraba una parábola en la que las certezas de la juventud retornaban en malambos, chacareras y carnavalitos vestidos con lenguaje sesentesco, al tiempo que acentuaban un sentido de continuidad y de coherencia estilística (…) En tal sentido ha dado una lección de firmeza, de independencia creativa, pero también de fidelidad a sus más profundos sentimientos.”

Alberto Ginastera falleció el 25 de junio de 1983. La muerte lo sorprendió componiendo la ópera “Barrabás”.  Así murió Ginastera, dejando una ópera inconclusa, pero concluida una obra suficiente como para honrar, para siempre, la historia de nuestra música.

*El autor es abogado, periodista cultural y Académico Correspondiente de la Academia Nacional del Tango. Nota publicada en Correveidile en noviembre del 2015.

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