Sus verdulerías, la Viamonte, Pueyrredón y Las Candelas, lo convierten en un hombre que no sólo sueña sino que acciona en pos de superarse. Conocemos un poco más sobre este inmigrante ya chacrense, que también es bailarín del Caporal San Andrés.
Por Onelia Cobos
Raquel es la esposa de Jesús; la conocimos detrás de un coche de bebé con mamadera en una verdulería que recién iniciaba su actividad comercial, casi en la esquina de Pueyrredón y Viamonte. Ayudaba a su esposo en el nuevo emprendimiento. El bebé no lloraba, sólo dormía muy abrigado. El lugar no tenía calefacción.
Desde los comienzos, la verdura ofertada fue de primera calidad y notamos una fuerza de trabajo descomunal así como un entusiasmo sostenido por el grupo familiar en la atención al cliente.
Con el pasar de los días descubrimos que el motor central del emprendimiento era el joven Jesús. Venidos de Sucre, Bolivia, su compañera y él evidenciaron las ganas de un crecimiento tejido en redes afectivas familiares conmovedoras.
Si bien los signos de los tiempos nuevos reflejan un debilitamiento del mundo afectivo y sensible marcado por un robustecimiento de valores puramente económicos y una desvalorización del esfuerzo puramente laboral, atrapado y seducido muchas veces por el enriquecimiento fácil de la droga, este marco de crisis social permite destacar el quehacer de aquellos espíritus excepcionales.
Es el caso de Jesús, que desde un origen de humildad total ha podido soñar y revertir sus carencias. Él tiene una capacidad empresarial innata. Esta habilidad, regalo de la vida, le ha permitido en muy poco tiempo la apertura de tres negocios de venta de verdura en el distrito.
Su personalidad participa del carácter de los soñadores. Sin resentimientos (recuerda que tuvo que dejar la escuela primaria en 5to grado cuando sus expectativas eran hacer el secundario) no ha dejado de asumir responsabilidades de ayuda y sostén a la familia. Feliz y realizado lo vemos tejer la red cada vez más sólida de la fuente de trabajo que ha podido crear para los suyos: hermanos, primos, sobrinos y amigos.
Jesús tiene 37 años y puede aún recordar que a los 11 le negaron la bandera en su escuela de Bolivia porque no tenía uniforme ni zapatos para recibirla. Siente aquel hecho como la dínamo que empujó sus ganas de crecer y a lo lejos rememora el carrito de huevos con el que visionariamente inauguró sus actividades comerciales siendo menor de edad.
En una casa de 6 hermanos sin reclamos, empezó a vivir hacia adelante para ayudar a su mamá y la comercialización de la verdura se fue convirtiendo en su modo de vida. Su presencia en este pueblo y su historia singular destacan la condición humana de la que está hecho, que le permite soñar y proyectar ideas de integración cultural entre los pueblos boliviano y argentino.
Sueña con organizar muestras gastronómicas, artesanales y musicales avaladas por el cónsul de Bolivia, al que piensa invitar.
Su presencia en este pueblo nos trae el optimismo y la fuerza de los anhelos grandes en un momento de confusión y frustración nacional. Un verdadero fortalecimiento de la esperanza.