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El adiós al Dr. José Enrique Marianetti

Hijo del dirigente comunista de nombre Benito, fue un hombre sensible y versátil que atendió en zonas rurales, brindó asistencia gratuita y fue un ejemplo de acciones positivas.

Por Raquel Aznar

La mirada se desliza entre el suceso de las circunstancias, verdaderas fuentes fundadoras de lo esencial. Con esto retomo el deseo de compartir la admiración al Dr. José Enrique Marianetti, a quien conocí, como padre de tres hijas pequeñas, amartelado a ellas y a su educación, cuando en el jardín de infantes las recibía.

Desde entonces, un hilo de coincidencias en el protagonismo cultural e histórico de la Provincia, me permitieron compartir su impronta, teñida de ansias en el compromiso del quehacer intelectual y en la transmisión de la historia de los tiempos y sucesos vividos. Un sin fin de anécdotas siempre se agolpaban en su ágil pensamiento.

En las callejuelas del pueblo de Chacras de Coria, donde su vida transcurrió sin tregua, su pasar siempre era un hito a la convocatoria de sus amigos, conocidos de los años. Las charlas agolpadas de recuerdos y sabidurías, dejaban advertir un apasionado conocimiento de la historia lujanina, donde vibraba al unísono el relato de sus antecesores.

En este decir, las remembranzas anidaban en el origen de su tanta vivencia en esta tierra de vendimias, tal vez una fortaleza pareciera heredada.

Su avidez y pasión social, su profesionalismo en la medicina plasmada en la investigación científica, su apuesta a la docencia, donde el encuentro con el alumno lo apremiaba, hicieron proclamar en mi interior la gratitud de conocerlo en tantas facetas donde la sensibilidad destilada hasta en sus versos y el compromiso de sus intervenciones me mostraron un horizonte claro, donde el querer vivir intensamente se hace sol cada mañana.

Así se superponen mis miradas, ante su apuesta figura, su voz en el canto, sus versos enamorados, sus atriles impregnados de un oleaje marino que condice con un adiós a su persona con rumor a brumas y arenas encubiertas de sueños de José Enrique, puesto que es detrás de los Andes donde su vuelo atinó a descansar.

Foto: Cachilo Púrpura

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